El viernes, la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, ha dicho que la política antiterrorista del PP no es razón para que diversos miembros del partido abandonen la formación y que si fuera este el motivo, habrían abandonado el PP mucho antes. Pues Cristina ha acertado, la política antiterrorista no es la razón, pero es la excusa.
Lo de este fin de semana en Valladolid es una puesta en escena, de esas que suelen representar los partidos para tranquilizar a aquel que pueda estar ligeramente intranquilo, pero no para convencer al que vive en la certeza de que la fractura en el partido gobernante, más allá de previsible, es real y es profunda. Esta reunión estaba fijada en las agendas hace bastante tiempo, poco o nada tiene que ver con los abandonos de algunos históricos del PP; cierto es que en ella se abordará el tema, se intentará evitar la espantada y se escenificará la cohesión del partido. Sobre esto también ha abundado la señora Cifuentes, pero, mire usted, es lógico que los que se quedan estén unidos, lo preocupante es los que se van. Y sobre todo, cuántos hay de uno y de otros.
A los populares siempre les pasa lo mismo, no saben controlar sus tiempos ni manejar la comunicación de manera eficiente. En la puerta de enfrente se hace mucho mejor y basta la más pequeña debilidad del rival para hacer correr ríos de tinta y camuflar divisiones propias, que no son pocas.
Si el otro día, Rubalcaba, pedía que se dejase de lado el tema “primarias” y se pasase a primera fila la cuestión “europeas”, no han sido pocos los miembros de su partido que han preferido ignorar la petición y hacer lo que les dé la gana. El porqué cae por propio peso, si el PSOE ganar las elecciones, Alfredo dará un paso al frente, reivindicará que su imagen política está inmaculada y que la debacle socialista fue obra de ZP, buscará el resquicio para ser nuevamente candidato y todos aquellos que se han querido posicionar en la línea de futuribles, pasarán a ser futuribles olvidados.
Pero si hay, hoy en día, una división que me perturba, que me inquieta y que ocupa mi atención, es la existente a la hora de predecir nuestra capacidad de crecimiento. Para el Gobierno estaría entorno al 0,7%, aunque no para todos; De Guindos, ministro de Economía, apuesta por las cifras redondas y se va hasta el 1%. Y aquí es donde me pierdo, diversos analistas económicos y financieros vaticinan un crecimiento superior a ese 1%. Algunos de ellos nos pedían más esfuerzos, hace tan sólo unas semanas y no creían que estuviéramos en el camino correcto. Me pregunto cómo se sentirá Rajoy por haberles hecho caso, por haber recortado, ahora lo sabemos, en demasía. Advierto que es una pregunta retórica porque en este país existe la costumbre de responder en el momento más inoportuno y, frecuentemente, el que más tiene por callar.
Esta afirmación se puede ejemplificar fácilmente; la pasada semana, sin ir más lejos, David Triguero, secretario general de JJ.SS. de Ciudad Real, denunciaba en rueda de prensa los precios y prácticas abusivas de las eléctricas. No creo que haya nadie en desacuerdo con esa afirmación. Incluso me parece haber oído que hubo quien se rompió los dedos, de los pies, aplaudiendo. Lo que me falla es el retardo. Y con esto no quiero llamar retardado al señor Triguero sino lento.
Resulta que uno se pone a revisar los papeles, que no son faltos de memoria, y se da cuenta que, mientras gobernaron los socialistas, la luz subió más de un 60%, casi un 64. ¿Es que entonces no había prácticas abusivas? ¿Es que en ese momento no se estaba desangrando a la sociedad? Esta también es una pregunta retórica porque todos sabemos la respuesta. Y no, señor Triguero, no es justificable porque Aznar iniciase el camino de lo que luego se convirtió en déficit tarifario; el socialismo tuvo casi ocho años para arreglar la papeleta y no lo hizo. Cierto es que González y Aznar son hoy asesores de empresas energéticas y Zapatero no. Sí algunos miembros de su des-gobierno. Pero es que, en lo que ha energía se refiere, nadie quiere a ZP; ni siquiera Red Bull, por miedo a que les lastren las alas.
Eso no disculpa de la última pregunta retórica del día; cuando todo acabe, ¿querrá alguien a Rajoy como asesor?
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