Estrellas caidas

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Emilio Hidalgo
Lunes, 18/08/2014 | Región, Nacional | Portada, Sociedad, Cultura, Opinión

¿Han mirado al cielo nocturno en estos últimos días? ¿Han tenido tiempo y la oportunidad de llorar con San Lorenzo y sus estrellas caídas? No ha sido fácil, las estrellas fugaces quedaban eclipsadas por lo que llaman Súper Luna y su fulgor. Pero cuando parecía que las perseidas tenían en nuestro satélite natural su mayor enemigo, han sido otras estrellas, las que se apagaron, las que les han robado toda la atención.

Con 24 horas de diferencia extinguieron su luz Robin Williams y Lauren Bacall. Si tenían algo en común, más allá de llenar la pantalla y el corazón de los hipnotizados bajo su brillo, era que ambos fueron grandes damas del cine. Bacall por motivos sobrados y demostrados durante años; Williams porque se convirtió en la perfecta nana británica, para encandilar a tres críos necesitados de atención paterna y a millones de espectadores deseosos de reír. Lo suyo han sido dos existencias muy distintas y dos finales antagónicos; para la ex viuda de Bogart –hoy deben estar juntos de nuevo- no quedaba más vida, le había sacado todo el jugo y no hay más leyenda que la cinematográfica. Una de las grandes del cine de los 50, 60 y 70. Y llegados hasta ahí de cualquier década, porque hay huellas que una vez holladas no se pueden borrar.

Williams fue a parar a la otra cara de la moneda, final dramático para un currante de la risa. Parece que la vida lo exprimió a él y su marcha, prematura a todas luces, está dando pie a mil y una hipótesis, tan inconsistentes como innecesarias. Pero, ¡pardiez!, no me digan que no es hirientemente irónico que el profesor Keating, aquel del Carpe Diem, haya terminado sus diem lejos del carpe.

Dos estrellas apagadas de un día para otro, y a pesar de no hacer ruido, el eco de sus muertes no resonará igual. Lauren Bacall se fue en silencio, sin más. Su cerebro, lleno de papeles y personajes, se derramó en la última página de su guion vital. Robin Williams picó el billete demasiado pronto, cuando aún tenía personajes a los que dar vida. Pero no podía con la suya, cuanto menos otorgársela a otros. Su esposa dice que estaba en el primer estadio de una enfermedad neurológica, degenerativa y cruel. Y para él ya incurable.

De la joven anciana de 89 años, casi noventa, que nos dejaba el pasado 12 de agosto no hay más que decir. 70 años de cine tienen más argumento de los que yo pueda esgrimir en unas pocas líneas.

De Williams hay ríos de tinta por escribir. Y renglones torcidos que borrar. Prefiero quedarme con los primeros, con los que la gente recordará cada vez que deseen tener un médico como Pach Adams; consolar a un escolar gigante como Jack; conocer al genio tras los deseos de Aladdin o despertar a un ejército en guerra con un saludo más potente que una bomba. No me hacía falta un adiós tan vacío para llorar cada vez que veo “Más Allá de los Sueños”. Esa película se me clavó cuando fue estrenada y la vida, maestra en dramas, ha procurado que no me olvide de muchos cómo ni de algún por qué.

Estaba escrito, de alguna forma, que el hombre que retrataba su obsesión en la pantalla, que vivía en la locura de una jaula de grillos y que era un rey vestido de mendigo, tenía que terminar formando parte de ese club de poetas, de genios, muertos. Veloz el tiempo vuela… Y nadie sabe dónde aguarda el último verso.

Siempre recordaré sus personajes. Algunos actores pasan por el personaje sin más, pero él los hacía suyos. Los moldeaba. Era yo muy niño cuando le puse cara a Popeye y enseguida supe que no era el marinero de brazos hipertrofiados de los dibujos. No hay espinacas que hagan lo que Williams hacía.

A todos los cinéfilos se nos ha muerto algo en estos días. Hemos experimentado la pérdida romántica de una dama imperturbable (y cuando escribo esto imagino lo que dirá José Luis Vázquez, buen crítico y mejor amigo), pero también se nos ha muerto una pieza clave y secreta. A la inmensa mayoría de nosotros nos gusta Robin Williams, nos quedábamos embobados cuando salía en pantalla. No era lo que hacía o cómo lo hacía, era lo que transmitía. Ahora que ya no está, echamos la vista atrás y nos salen más títulos y personajes de los que creíamos poder recordar. Y nos percatamos de que una lista tan larga nos sabe a poco.

Me van a perdonar, pero antes de terminar es de justicia que diga esto. El religioso Miguel Pajares perdió su batalla contra el ébola, soy consciente de ello. Y también lo soy de lo poco que sé de este hombre, pero no necesito saber más que lo públicamente difundido. Marchó a África para ayudar a los que lo necesitaban y de allí se trajo al diablo dentro. Como he dicho perdió su batalla, pero ganó la guerra. Si la enfermedad pudo con su cuerpo, su ejemplo bien vale su alma. Hablar de él en este artículo, sería tan escaso como decir que la historia de la humanidad queda contenida en esta frase: “hace mucho tiempo, el hombre pobló la tierra y hasta hoy”.

Es cierto, se está muriendo gente que no se había muerto nunca. Pero no todos mueren igual ni dejarán el mismo recuerdo. Algunos dejarán un recuerdo imborrable, como si Peter Pan hubiera vuelto al país de Nunca Jamás.

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