Corría el año 1998 y nos estábamos preparando para la aparición del EURO, la que hoy es nuestra moneda de cambio desde el 1 de enero de 2002 y que ya empezaría a operar con ese nombre en los mercados internacionales desde 1 de enero de 1999. Anteriormente conocíamos algunos valores de referencia europeos de los cuales el más parecido era el ECU y al que por su malsonancia en algunos países se decidió cambiar de nombre.
Pues bien, como decía, en el año 1998 se nos estaba preparando para el cambio de moneda y, al respecto, presencié una charla coloquio con, quiero recordar, el por entonces portavoz económico de la oposición D. Pedro Solves y el segundo de a bordo del señor Rato, Sr. Malo de Molina.
Mi inquietud en aquella charla fue la siguiente, ¿No les entra vértigo a los dirigentes económicos cuando en tan breve plazo van a perder la autonomía en política financiera?
Creo recordar que no era un tema que en aquel momento les preocupara mucho dado que se había conseguido llegar a tiempo, quizás por primera en la historia, al hecho histórico de ser uno de los países que encabezara el proyecto de unión monetaria. El esfuerzo para conseguir llegar a los requisitos exigidos por la cúpula europea les había hecho trabajar duro y ponerse de acuerdo a ambos partidos para poder presentar resultados dentro de la horquilla marcada por Bruselas. A la postre también Italia, Portugal y Grecia consiguieron obtener los números exigidos, que al filo se estaban de no cumplir en lo referente a Deuda y Déficit Público fundamentalmente.
Pues bien, sobre la mesa había contrapartidas tales como que desde entonces el tipo de referencia mayoritariamente usado para las hipotecas ya no se decidiría desde la sede del Banco de España sino desde la del Banco Central Europeo, la necesidad de liquidez en el mercado también, etc., es decir, las herramientas fundamentales para el control de la inflación y los estímulos financieros quedaba en manos de nuestros superiores europeos. En manos domésticas quedaba fundamentalmente y casi en exclusividad la política fiscal.
El camino recorrido hasta el año 2008 no había tenido demasiadas piedras. A partir de esa fecha creo que algunos dirigentes nacionales han echado en falta, quizás demasiadas veces más autonomía para plasmar sus decisiones. Hemos visto a los líderes políticos una y otra vez hacer llamamientos al Banco Central Europeo para que baje los tipos de interés, compre deuda de los países del sur, etc. algo que antes de la entrada del Euro manejaban desde sus despachos.
Pero la herramienta que a mi entender más echan en falta los dirigentes económicos es la Devaluación de la moneda, tan utilizada otras veces en momentos de crisis. Ahora tenemos una moneda fuerte gracias al proindiviso que de ella tenemos con los países del Norte de Europa, la contrapartida es que ahora, para ganar competitividad con el sector exterior la devaluación la tenemos que hacer de formas más traumáticas.
La peseta había sufrido siete devaluaciones desde el año 1959, la mayor de ellas establecida en 1977 por el profesor Enrique Fuentes Quintana en aquel entonces Vicepresidente Económico y la última en el año 1992, con el Sr. Solchaga al frente del Ministerio de Hacienda.
El efecto principal de una devaluación de la moneda es que nuestros productos le cuestan menos al resto de clientes exteriores debido a la bajada del tipo de cambio de nuestra moneda respecto al resto de monedas. Un americano por el mismo dólar tenía más pesetas y podía comprarnos más productos, por lo que vía exportaciones se producía un aumento de la actividad económica en España.
Hoy, en esta crisis, los indicadores positivos a los que se aferran los dirigentes económicos también provienen del sector exterior, en el que estamos ganando competitividad pero no mediante esa devaluación de la que los españoles no nos enterábamos en otros tiempos, sino que ahora la estamos haciendo vía reducciones de salarios y recortes de los que nos enteramos un día sí y otro también.
Seguro que los dirigentes añoran esa medida en la que toda la economía por igual perdía su riqueza a la vez y de un plumazo, en la que perdían valor a la vez el sueldo del trabajador y la cuota de la hipoteca. No lo tienen “tan fácil” los dirigentes actuales que lo hacen a base de medidas drásticas.
Solo un ruego desde esta columna, repartamos los esfuerzos de esta “devaluación”. Si un trabajador reduce su capacidad adquisitiva y, por ejemplo, se mantiene su cuota de hipoteca, la capacidad de gasto interno se reduce aún más de lo que ya se ha reducido y las pequeñas empresas, generadoras del 90% del empleo, se resentirán aún más si cabe de lo que ya lo han hecho. La recuperación no puede venir solo por el lado exterior.
J.C.P Economista
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