Cuando nos metemos en la temporada de verano, los medios –y por ende los periodistas-, dedicamos más tiempo a temas agradecidos, simpáticos, refrescantes… Tenemos el cuerpo hecho a ello, a quitarle la carga política y preocupante a la información; buscamos noticia estival y nos regodeamos en ella. Si nos dejan.
Este año 2014, además de seguir siendo uno de los años de crisis, y a pesar de que parece que será el que marque su frontera final, ha decidido no darnos ni la tregua veraniega. No me refiero ya al tema de la familia Pujol, que está entrando de lleno en el salón de la fama de las dinastías de honra más, digamos, dudosa, sino por el pavoroso goteo de informaciones que nos llega de Oriente Medio. No me voy a circunscribir sólo a lo que sucede en Gaza, porque Siria o Irán también son escenarios de horrores varios. Cierto es que nos están bombardeando con vídeos terroríficos cada día y que en las redes sociales se suceden las imágenes de decapitaciones, crucifixiones y torturas, en las que el objeto de las mismas es un niño, una mujer o un cristiano. No sólo eso, los islamistas también están matando a judíos e incluso a islamistas.
¿Debemos frenar la barbarie que protagonizan los yihadistas? Sin lugar a dudas y cuanto antes, pero no por la vía israelí, bombardeando todo aquello que albergue, pueda albergar, haya sido visitado o simplemente visto en fotografía por terroristas. Cada vida de inocentes perdida es una pequeña victoria de la yihad y nos hace, a todos, más del grupo de los malos.
En esto también, hay dos vertientes de información. Por un lado nos cuentan que los Palestinos están siendo masacrados por un ejército israelí sin escrúpulos. Por otro nos cuentan que el Palestino es un terrorista en su estado larval. Ninguna de las dos versiones es totalmente cierta. Es verdad que Israel está demostrando mucho odio y mucho rencor contra sus compañeros de piso, pero también están demostrando mucho miedo. Se sienten incapaces de frenar el ataque de aquellos dispuestos a morir matando y, a sabiendas de que cualquiera puede ser una bomba, prefieren la muerte de los inocentes ajenos que la de los propios. Esto es hasta cierto punto entendible, pero no justificable. Tolerar que sigan muriendo los más inocentes, para que cada uno haga sus muescas en el fusil, no, ni hablar.
En el lado Palestino, la yihad está ocupando casa, colegios, hospitales y cada palmo de terreno, para esconder armamento y entradas a túneles que les permitan traspasar la línea de seguridad israelí. Su objetivo es sembrar el terror y causar víctimas. Se creen tan cerca de la pureza espiritual que les da igual que los muertos sean sus hermanos, de hecho los usan como escudos humanos. Sólo quieren llegar a dirigir el mundo para imponer su ley y, curiosamente, su ley no es el Islam, es su islam, muy alejado de los principios de tolerancia, amor y respeto sobre los que se cimentó una religión desdibujada bajo sangre y escombros.
En Israel, la gente puede pedir el fin de este sin sentido, pero no lo harán. Temen que los terroristas sigan haciéndoles pedazos y el miedo les amordaza. Aun así, la masacre es tan cruda que algunos empiezan a decir basta, incluso bajo el riesgo de seguir siendo pasto de coches-bomba o de locos en busca de 100 vírgenes.
En Gaza no tienen la posibilidad de pedir el fin de esta matanza. Viven atrapados en un lugar del que no pueden salir, blanco de los misiles judíos. Si alzan la voz para pedir la paz no serán las bombas enemigas las que acaben con ellos, serán los extremistas islámicos quienes los degollarán. Puede que también a toda su familia. A estas alturas, aquello es lo más parecido a las puertas del infierno; si los muertos tienen que empezar a levantarse en algún sitio, estoy convencido de que empezarán por allí.
Comprenderán que ante tanta sin razón, ante tanta barbaridad, es difícil pensar en que este odio termine. Nosotros, o por no generalizar yo, que estoy tan lejos de esa realidad, tengo grandes problemas para no sentir un desprecio profundo por aquellos que, en vídeos sin censurar, decapitan y ametrallan a gente atada, indefensa.
Cuando en 1947, el Imperio Británico abandonó Palestina, incapaz de controlar el creciente odio, firmó una condena, la de que el rio Jordán bañara sus riveras en sangre.
Con un panorama como este, es lógico que el caso Pujol me preocupe poco; en Cataluña también lo tienen negro, pero lo suyo se blanquea en Suiza y no es lo mismo.
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