Soy de familia católica. Me formé en el sistema público de enseñanza de los 80. Tuve estudios universitarios. Una buena educación. Pero siempre fui algo tímido, de esos que entran en una cafetería sin decir ni mú.
Cumplí con el servicio militar. No reniego, como otros, de aquello. Fue una etapa más en mi vida. Cosas buenas. Cosas malas… El tiempo pone todo en su lugar. Me destinaron como soldado a un hospital, donde coincidí con gente muy variada: algún fiscal y algún cocinero famoso de la televisión fueron compañeros míos. Y aunque nunca subí a un helicóptero de transporte Cinooke, puedo decir que conozco al detalle el funcionamiento interno y las tripas de un hospital_algo muy útil para un arquitecto.
Le debo cosas al Ejército. Entre otras, me enseñaron a comportarme respetuosamente. El saludo reglamentario militar nunca supuso para mí algún problema. Aquellos a los que me dirigía llevaban la insignia de su empleo en el cuello del uniforme: 2 estrellas, un teniente; 3 estrellas, un capitán; una estrella de ocho puntas, un comandante. Fácil. Se complicaba algo cuando había varios mandos juntos, porque lo debido era dirigirse al de empleo mayor. La verdadera dificultad estaba al entrar en un ascensor lleno de oficiales, porque todos juntos se tapaban unos a otros las insignias impidiendo discernir con rapidez cual de entre todos ellos era el superior. Así, el miedo a equivocarme por no dirigirme al mando apropiado _ el miedo a ser sancionado, en realidad_ me llevó a verbalizar un “buenos días” muy alto y muy claro. Y aquello funcionó. Ningún oficial me reprendió por descortesía o comportamiento indebido. Supongo que entendían la situación y actuaron con consideración. Algo que les agradezco.
El caso es, que tantos “buenos días” y tantas “buenas tardes” dichos al entrar en los ascensores de aquel hospital acabaron convirtiéndose en un hábito muy natural para mí. Hoy, cada vez que paso al despacho de un funcionario, cojo un taxi, o entro en un bar, y especialmente en un ascensor, siempre va por delante ese saludo. Demostrar respeto al entrar en espacio ajeno, es de buena educación y el primer paso para que el que está al otro lado te atienda con amabilidad.
Fidel Piña Sánchez. Arquitecto | www.arquitectofidelpiña.com
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