Comparto con mi amigo Ramón la admiración por el graffiti, expresión artística de nuestro tiempo similar al comic o a la fotografía. Un graffiti es capaz de revitalizar un barrio, adecentando muros y medianerías antes sucios y olvidados, dando una segunda oportunidad a zonas degradadas de las ciudades, llegando incluso a ponerlas de moda.
Sin embargo, hay otro tipo de graffiti _ ese que podríamos definir como “clandestino”_ con el que no acabo de congeniar. Y no me refiero a las pintadas de los aseos públicos. Sólo cuando entré por necesidad imperiosa en un aseo de señoras comprobé que la pintada soez está repartida por igual en las puertas de los baños de ambos géneros. Me refiero al garabato sobre el monumento histórico. He visto graffiti en el Patio de Los Leones de la Alhambra, en el claustro de la Catedral de Santiago de Compostela, y hasta en las fachadas del Monasterio de El Escorial. Pero el mayor atentado de entre todos ellos lo encontré hace años en Florencia, visitando la iglesia de Santa María de las Flores y su cúpula, la mayor jamás construída con fábrica.
La cúpula_ absolutamente espectacular_ es en realidad doble, como el juego de muñecas rusas. Tiene una cáscara exterior de piedra arenisca, y otra interior de mayor espesor, en ladrillo. El visitante recorre el espacio entre ambos cascarones, subiendo 463 peldaños _según las guías de la ciudad_ hasta el mirador situado a 85 metros del suelo. Pues bien, todas las galerías se encontraban graffiteadas con pintadas del tipo “Francesco ama a Paola”, “Forza Milano” o similares. Había tantas que era difícil encontrar un paño vacío.
No pude menos que sentir con tristeza la actitud indiferente que los italianos tenían ante sus monumentos, algo impensable en paises anglosajones o escandinavos.
Pero lo peor estaba por llegar. Jadeante, después de recorrer el laberinto de pasajes entre ambas cúpulas, alcancé la linterna. Y sobre las columnas del templete, levantadas en mármol blanco de Carrara, escrito con rotulador negro permanente, otra pintada mayor aún decía “aquí estuvo un manchego”.
Fidel Piña Sánchez. Arquitecto. www.fidelpina.wordpress.com
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