Me pregunta mi hijo Isaac cuál es el edificio más difícil de diseñar. Y recordando las palabras del viejo catedrático, el arquitecto don Javier Carvajal, le contesto que quizá lo sea un hospital, por la complejidad de funciones y circulaciones que intervienen. Le pongo el ejemplo de cómo no sería adecuado que por los vestíbulos de la planta baja de un hospital circularan las camillas de los enfermos de camino al quirófano. Así de obvio.
Proyectar correctamente un edificio, como cualquier otra actividad en la vida, no es sino el fruto de trabajo y más trabajo. Un proyecto mediocre gana calidad con horas de dedicación. Y, por suerte hay herramientas que nos pueden ayudar: todo lo relacionado con la técnica se puede aprender si uno está dispuesto a hacerlo, si dedica tiempo y si mantiene una actitud permanente de aprendiz. Casi todo se encuentra en los libros, si se sabe dónde buscar. Y además están los otros: los buenos. Siempre hay alguien que te puede enseñar algo que ya creías saber.
Sin embargo, lo que no nos enseñan en las facultades es a relacionarnos. Las maneras, las formas de comportarnos con las personas que nos rodean, nuestros clientes, nuestros colaboradores, los que trabajan con o para nosotros; eso no se aprende en los libros. Eso lo arrastramos en nuestra mochila desde pequeños; es lo que vivimos en casa y en el colegio, lo que aprendimos de los que fueron nuestros modelos, nuestros padres, nuestros maestros. Eso es nuestra educación. Una persona, al final, vale lo que valen sus actos y sus maneras. Comportarse de una manera recta _hacer lo correcto_ no es sencillo, pero es lo primero por lo que nos juzgarán. Aquí se cumple aquello de que para realizar de manera competente cualquier actividad profesional hay que saber, saber hacer y, también, saber estar. Lo difícil no es el edificio. Lo difícil son las personas.
Fidel Piña Sánchez. Arquitecto | www.arquitectofidelpiña.com
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