“El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría aproximación
La literatura de Julio Cortázar: un prisma de fantasía para acercarnos a la esencia de la realidadObjetivo CLM - Alba Expósito “El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría aproximación. La inteligencia se maneja con aproximaciones y establece relaciones y todo funciona muy bien, pero frente a ciertas cosas la definición se vuelve verdaderamente muy difícil”. Julio Cortázar divagaba así sobre este tema en una de sus clases impartidas en la Universidad de Berkeley, California, durante el otoño de 1980. La huída de la cárcel semántica que supone, en ocasiones, la definición cerrada de los términos se convierte en un juego que, lejos de evitar una mayor profundización, pretende llegar al epicentro de los conceptos, algo que se alcanza mediante la combinación de aproximaciones que se acercan al sujeto por cada una de sus aristas, percibiendo de este modo la verdadera esencia del mismo, que no necesariamente debe ser interpretada de igual modo por cada individuo. La única certeza es cada una de estas interpretaciones será válida y no entrará en conflicto con las otras, pues todo el conjunto tendrá su origen en la libertad que solo otorga la imaginación y que nos aleja de las limitaciones conceptuales preconcebidas, a las que el ser humano se encuentra, casi siempre, sometido. Julio Cortázar es representante de la época de mayor apogeo que ha experimentado nunca la literatura hispanoamericana, una etapa de esplendor que tuvo lugar en la década de los sesenta, por lo que se la conoce como el Boom de los 60. La novela experimental se desarrolló con fuerza en este periodo, de mano de escritores muy reconocidos como Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez, que sorprendió con su apuesta por lo fantástico dentro de un contexto realista, concepto que se denominó realismo mágico y que podemos percibir en ese pueblo llamado Macondo por el que se pasean los personajes de la archiconocida novela, Cien Años de Soledad. A pesar de tener importantes referentes de este tipo de literatura, es Julio Cortázar quien lleva hasta el límite la innovación y la experimentación, reflejando a través de estas técnicas, el dominio de lo ilógico frente a lo racional en toda su producción literaria. El escritor contempla que todo aquello sobre lo que impere la pura razón se encuentra sujeto a una serie de cánones, que impiden la completa realización del ser humano y de sus actividades. Dentro de este marco, Cortázar nos ofrece numerosas obras en las que nos alejamos del realismo más que nunca, a través de personajes fantásticos o de situaciones excéntricas que, sin embargo, nos atrapan desde las primeras líneas y nos hacen reflexionar sobre cómo esta nueva forma de expresión nos acerca, sorprendentemente, a las ideas y sensaciones que busca transmitir el autor. Este autor latinoamericano nos ha regalado composiciones literarias que hacen las delicias de los lectores más aficionados a su forma de escribir, la cual se materializa, sobre todo, en el género del cuento. Cortázar es autor de títulos tan reconocidos como La continuidad de los parques o Casa tomada, un cuento que ha sido analizado y leído hasta la saciedad en busca de la interpretación correcta, tanto por parte de la crítica como del lector común. La prolífica trayectoria de Julio Cortázar presenta también Historia de cronocopios y famas, una serie de textos breves que tienen como protagonistas a estos seres imaginarios encasillados en categorías opuestas. Estas historias reflejan ese elemento lúdico presente en la literatura de Cortázar, y es que nos muestran la clara dicotomía entre el lado formal, el de las famas, y el más ilógico, representado por los cronocopios, además de la relación y el equilibro que tendemos a buscar entre ambas facetas. “La vida, como un comentario de otra cosa que no alcanzamos y que está ahí al alcance de un salto que no damos. La vida, un ballet sobre un tema histórico, una historia sobre un hecho vivido, un hecho vivido sobre un hecho real”. Este extracto resume la línea argumental de la más famosa obra de Julio Cortázar, Rayuela. En esta novela el autor sitúa como eje de toda la estructura a la razón, como cualidad esencial del ser humano que nos condena a obtener tan solo un disfrute parcial de la vida, pues la observamos bajo un prisma de parcialidad regido por los valores preconcebidos de la sociedad y la cultura, acabando así por ignorar los impulsos y los sentimientos. Esta situación es protagonizada por Horacio Oliveira, quien encuentra el amor en la Maga, metáfora en forma de personaje femenino que simboliza la verdadera esencia vital; el predominio de los “sin razón” frente a los esquemas o patrones lógicos. La relación entre los personajes trasciende los límites de la metafísica, puesto que se presenta como un puente para cruzar del Lado de Acá al Lado de Allá, los dos bloques en los que Cortázar divide su novela. Sin embargo, las cadenas con las que nos sujetamos son, a veces, tan fuertes que, como en el caso de Oliveira, no resulta tan fácil dar el salto; “me atormenta tu amor que no me sirve de puente, porque un puente no se sostiene de un solo lado”, se queja el protagonista en uno de los pasajes. La literatura de Julio Cortázar trasciende más allá de la función de entretenimiento e, incluso, formativa de los géneros literarios. Es, sobre todo Rayuela, una literatura de preguntas, en la que las respuestas tenemos que buscarlas en nosotros mismos. |
me ha encantado este artículo, creo que le hace mucha justicia, y sobretodo me ha dado muchas ganas de leer