El problema no es cuánto dura sino su naturaleza predecible; tan evidente que puedes sentir tus manos entumecidas por el frio antes de salir a la calle, tan alienante que has olvidado ya el encanto de cobijarte bajo la manta a esperar que el sueño te gane la partida mientras escuchas el tintineo que provocan las gotas de lluvia chocando contra la ventana. Por esto y porque caminas preocupado, intentando no resbalar con la sábana de hielo que cubre las aceras reticentes a madrugar, sin percatarte apenas del brillo que desprende cuando refleja las primeras luces de la mañana.
Por todo esto y porque temes que, como a mí, aún te divierta jugar entre la nieve.
Ahora ya sé porque no te gusta el invierno
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