Viaje a la India

Tenía un pequeño antojo debajo de la ceja que enmarcaba su ojo izquierdo ahora cerrado, guardando el secreto del color que tomaría bajo la luz candente que se adueñaba de la habitación en las primeras horas del día

Imagen: Viaje a la India
Objetivo CLM - Alba Expósito
Lunes, 16/03/2015 | Nacional | Portada, Cultura

Tenía un pequeño antojo debajo de la ceja que enmarcaba su ojo izquierdo ahora cerrado, guardando el secreto del color que tomaría bajo la luz candente que se adueñaba de la habitación en las primeras horas del día.

Mientras observaba el reflejo del sol que se proyectaba sobre la cama imitando la rendija de la persiana por la que se colaba, Lucía debatía consigo misma sobre la relatividad del tiempo y la autoridad que le otorgamos a su paso, pues cuando eres capaz de viajar sin mover los pies del suelo, las manecillas del reloj dejan de dictar las reglas y, en un pestañeo, puedes refugiarte en el corazón de la India.

Sin caminar, Lucía ya había pisado antes aquella tierra percibiendo tan solo la naturaleza inmensa de su geografía y sus marcados contrastes; el Taj Mahal y los pastos con vacas, los empresarios con corbata y la casta de los intocables. Sin embargo, la magia de la India se esconde en los rincones que no aparecen en las guías turísticas, donde el viento arrastra el aroma de las especias y puedes mancharte las manos con pigmentos de colores, sin importar siquiera el tono que resultará de la mezcla de los mismos, como tampoco le preocupó a Lucía no haberse percatado del detalle de la ceja, ni de muchos otros, antes de amanecer a su lado porque hay sensaciones que trascienden de la suma de segundos y alteran el orden cronológico tácitamente aceptado.

Cuando escapó de sus pensamientos, el escenario no había cambiado: aquellos ojos cerrados permanecían durmiendo a su lado, la delgada línea de luz arañaba aún las sábanas y su sonrisa seguía dibujada, manteniendo en tensión las comisuras de su boca.

Sí. Lucía seguiría siempre siendo la misma pero su visión de la India ya era distinta.  Ahora, había descubierto que cuando el camino se bifurca existe siempre una tercera opción; una senda alternativa no registrada en el mapa que, sin duda, no nos llevará al rincón del mundo al que pertenecemos pero nos enseñará a experimentar las emociones agazapadas tras cada parada en el viaje hacia ese pedazo de tierra donde podamos ser. 

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