Esta semana ha sido encumbrada a los altares de la actualidad Ana Iris Simón. Una escritora de éxito y con una propuesta social sensata, pero que no comparto en gran medida. No voy a extenderme como hizo Antonio Maestre, ni tan siquiera la acusaré de ser cómplice de la derecha lepenista. Sinceramente creo que en la exposición Ana sólo defendió la idea de comodidad económica. Ella querría tener un contrato indefinido y, como bien dijo, le cumple días después de la fecha de su parto. Todos querríamos tener un contrato indefinido y si es en la profesión que deseamos mejor. Pero nos olvidamos que en muchos casos nuestros padres no han trabajado en aquello que desearon, sino que, bien por motivos económicos en la familia, o bien por las ofertas laborales del lugar de residencia, llevaron a nuestros padres a trabajar toda la vida sin más ilusión que la de recoger el dinero a final de mes. Eso sin contar que en el mundo rural de hace cuarenta años las posibilidades de prosperar fuera del hogar de una mujer estaba muy limitado.
No, no añoro esos años en los que la vida transcurría entre el trabajo y la casa. Donde los derechos laborales eran muy inferiores a los que hoy tenemos. Quizás ahora haya más inestabilidad, pero el mundo está abierto para todas las clases sociales. En la actualidad con trabajo se pueden alcanzar los sueños. Ahora la clase obrera no son sólo animales de carga, tenemos unos derechos. Es cierto que no tenemos valor ni tan siquiera de mantenerlos. Eso sí lo añoro. Me entristece ver como dejamos perder los derechos que se consiguieron con tanto esfuerzo y, en algunos casos, con cárcel y sangre. Sin embargo no hacemos nada.
Respeto el discurso, como respeté el discurso de la chica que pedía un dictador, (un capitán para el barco), pero no lo puedo compartir ideológicamente. Porque en la réplica al artículo de Maestre, Ana le espeta que hace mucho que no pisa Fuenlabrada, yo le diría a ella que hace mucho que no se sumerge en la España profunda. No hablo de vacaciones, de trabajos de campo y búsqueda de información, sino de vivir. Si algún día lo hace verá que si es necesaria la inversión en llevar WIFI a los pequeños municipios, entenderá por qué son necesarios los diferentes cursos informáticos para personas mayores y comprenderá que eso sólo lo pueden hacer las instituciones porque no son rentables y las empresas privadas no invierten. Porque sin esas inversiones no hay servicios, y hoy los servicios son tecnológicos. Si no hay WIFI no hay posibilidad de recibir una educación online de calidad, no habrá opción de realizar trámites electrónicos relacionados con las instituciones… El final sería un mundo más desigual socialmente y una muerte más rápida de los pequeños municipios ante tal desigualdad.
Pensar en el 2050 ha sido un foco de crítica. Creemos que el mundo se va a parar. Y no es así.
No se paró ante la incipiente emancipación económica de la mujer, no se paró con las libertades que se consiguieron en lo social y en lo político y el mundo no se va parar ahora. Por eso no sólo hay que buscar una solución a los problemas actuales. No hace falta recordar que el Gobierno ha tenido que hacer frente a una pandemia y a una crisis migratoria a la que ha dado soluciones económicas y sociales. Aun así hay que trazar unas líneas maestras para ir adelantando el camino ante el cambio climático, las nuevas profesiones que surgirán en esta nueva era tecnológica y que traerán nuevos retos sociales. Todo eso debe cimentarse en un pilar, educación tecnológica, y para eso hay que preparase con tiempo.
Se podrá someter a crítica la propuesta llevada a cabo por el Gobierno, podrá gustar más o menos, pero la necesidad de un plan a largo plazo es necesario.
Añorar los tiempos de romerías, ferias y fiestas, modelos de producción y modelo de familia de nuestros padres sólo es posible si se vive en un mundo de estereotipos y desde un altar público. No, no quiero que si voy de vacaciones con una chica tenga que ser porque me case, porque si no el hotel no nos deja dormir juntos. No quiero ese tiempo de jornadas laborales de sol a sol, no quiero esos tiempos donde la cabeza debía agacharse ante el alcalde, el cura y el terrateniente. No quiero un mundo donde para poder independizarse la mujer, sin ser señalada públicamente, debía casarse joven, renunciando así a sus proyectos y sueños. Por eso ahora se es madre más tarde, entre otras cosas, porque ahora no es necesario pasar por la vicaría para poder salir del hogar paterno sin ser señalada.
Ya sé que el alcance de este artículo será menor al de Maestre y al discurso de Ana, pero si la vida de los pueblos depende de algo es de que las instituciones inviertan en tecnología aquí. Sólo así se podrá ofertar un mundo donde teletrabajar y vivir más sana y holgadamente. Es el último tren para la España Rural junto al turismo.
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