Ayer, 3 de diciembre, se celebró el Día internacional de las Personas Discapacitadas. El camino recorrido para la integración social de éstas en Castilla-La Mancha ha sido largo, desde que en el año 1997 se aprobara la Ley de Accesibilidad.
De la accesibilidad en nuestros edificios, o de algunas rampas imposiblesFidel Piña Sánchez | Arquitecto Pero como casi siempre ocurre, parte de la información suele llegar sesgada al gran público, y en aquél caso sólo llegó la música, pero no la letra de aquella ley. La gente entendió que la integración y la accesibilidad eran cuestiones solucionables simplemente colocando una rampa en el vestíbulo del edificio. Y en cuestión de unos años, toda comunidad que se preciase tenía su propia rampa. Sobra decir que en la mayoría de los casos se recurrió al presupuesto más económico de entre los ofertados, sin un estudio previo que lo justificara. Como resultado, se levantaron rampas de pendientes imposibles, no ya para un anciano o un discapacitado sino incluso para cualquiera que no fuera experimentado alpinista. Y muchas comunidades se embarcaron en costosas reformas a golpe de derrama. Reformas inútiles. No habían comprendido que la accesibilidad y la eliminación de barreras arquitectónicas no se limita sólo a levantar rampas, sino que abarca muchos otros elementos del edificio que deberían permitir que cualquier usuario habitual del mismo pudiera llegar desde la vía pública hasta su vivienda. Así, la eliminación de barreras arquitectónicas debería comenzar por la entrada al edificio, que debería carecer de peldaños y tener una puerta que fuera de fácil apertura. Además el portero automático debería estar a una altura accesible a cualquiera, sin olvidar que los videoporteros facilitarían la integración de personas con problemas auditivos. A su vez, el itinerario desde la entrada hasta los elementos comunes debería estar adecuadamente iluminado para evitar traspiés, y ser accesible, salvando los desniveles con una rampa suave, de pendiente cómoda, rematada con pavimento antideslizante y con un pasamanos, donde la mano pudiera recorrer el asidero sin resaltos incómodos. Por continuar, los casilleros postales deberían situarse lejos del arranque de las escaleras, estar levantados a baja altura y disponer de un espacio delante de ellos que permitiera el acceso y maniobra por un usuario en silla de ruedas. El ascensor debería tener una cabina cuyas dimensiones interiores permitieran introducir una silla de ruedas o un carrito de bebé; la botonera de la cabina debería situarse igualmente a una altura accesible, y su teclado estar marcado en relieve y con lenguaje braille para personas invidentes. Además, las paradas deberían anunciarse mediante información audiovisual. En fin, una cantidad de pequeños detalles que harían más fácil el entorno de los discapacitados. Y discapacitados podemos ser todos. Y que el asunto de la eliminación de barreras no está del todo entendido incluso hoy en día lo demuestra el hecho que recientemente me ocurrió con un constructor que me preguntaba acerca de la pendiente más adecuada que debía tener una rampa que había presupuestado para una comunidad de vecinos _el hombre había oído algo de porcentajes que no acababa de entender. Mi respuesta fue la habitual en estos casos: “Trace la pendiente tan suave como le sea posible y piense que la va a utilizar todos los días su abuela”. Fidel Piña Sánchez. Arquitecto. www.fidelpina.wordpress.com |
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