Vivimos en un mundo frenético. A penas nos da tiempo a fijarnos en todo aquello que pasa a nuestro alrededor. Es cierto que en los municipios pequeños parece ir todo algo más relajado, pero las innumerables obligaciones conllevan a la pérdida de esa relajación que hace ver todo con mejor perspectiva.
Es algo que se refleja en todo. En la vida personal y en la vida política. Decimos que el nivel de nuestros parlamentarios, o mejor dicho, los debates parlamentarios han bajado en calidad. Es la primera consecuencia de esa vorágine social que nos impide en gran medida centrarnos más en la política. Por eso los perfiles políticos son de peor calidad y por qué no decirlo el auge de la ultraderecha, que provoca ese ambiente de crispación, se debe a ignorancia política. Sólo ignorando sus pretensiones laborales y económicas puede llevar a un obrero a votar a una ultraderecha que no habla nada más que de banderas para tapar su objetivo que es ponerse al servicio de los poderosos.
En la vida social pasa algo similar. Se ha cambiado cantidad por calidad. Por eso vemos como se han suprimido esas largas citas donde una buena conversación con un café o un vino hacían que se parase el tiempo. El arte de conquistar, de ver que dos personas físicamente muy diferentes podrían llegar a unirse por su semejanza intelectual y sensorial, se ha olvidado. Ahora se prima la relación entre personas que físicamente son parecidas pero que luego intelectualmente están alejadas, no se han conocido, simplemente se han atraído físicamente y eso provoca mucho sexo, pero poco amor. En definitiva se ha perdido calidad sentimental. La ruptura es algo obvio cuando hay tanta diferencia interna.
En política pasa algo similar aunque nos creamos que no. La distancia social entre la política y la sociedad viene dada por el desconocimiento social de los políticos, que no es nuevo en la historia. Los ciudadanos ya no se juntan en plazas y parques con los periódicos y hablan de política, ahora sólo se discute. Los políticos no hablan de problemas esenciales, como el modelo de Estado, política exterior…, sólo buscan un titular. El objetivo es poner fronteras políticas, distraer al ciudadano con uno u otro tema con la idea de colocar a otro/a amigo/a en el Consejo de una eléctrica. El último ejemplo la ex ministra Tejerina en Iberdrola. En plena escalada de la luz una nueva puerta giratoria se abre. La vergüenza vuelve al panorama político.
Si algo han conseguido los políticos es que veamos como algo normal el saqueo de las arcas públicas y no pase nada. Que hayamos aceptado socialmente que la justicia no es igual para todos y que todo depende del dinero y la influencia. Hemos aceptado que un activista social como Alberto Rodríguez vea retirada su acta, mientras que Espinosa de los Monteros “saque pecho” por ser condenado tras no pagar sus obras.
Claro en este último caso es algo normal, VOX representa a esos señoritos que siempre han gozado de un privilegio social de hacer lo que quieren, y pagar cuando querían, si es que pagaban. Fascistas de toda la vida a quienes los obreros les sobraban y buscaban esclavos. Pero se ha llegado a ver como algo normal, e incluso algunos obreros ven en ellos la esperanza, porque hablan de banderas.
Sinceramente hemos perdido la calidad en todo. Ahora jodemos y votamos, cuando en realidad deberíamos hacer el amor e implicarnos políticamente. Lo fácil es lo momentáneo, lo cómodo es criticar y mantenerse al margen. Quizás lo que no hayamos entendido es que la política es la que dirige todo aquello que nos afecta.
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