Era yo un jovenzuelo de apenas diecisiete años cuando en mi casa di una noticia decadente, dejaba los estudios, mi torpeza en alguna materia y la situación social me hicieron tirar los trastos e introducirme en el mundo laboral. Mis padres en concreto y mis familiares no tan cercanos y amigos/as me insistían en que yo era apto para estar más formado, que esa preparación me haría encontrar un trabajo mejor. Durante cuatro años trabajé allí donde me llamaron y donde me interesaba económicamente, tiempos en los que todos éramos ricos, como dice un amigo mío, pero fue la crisis quien me hizo llevar una buena nueva a mi casa. Quería acabar segundo bachillerato, tras cuatro años y algún esfuerzo aprobé en junio y con ello hice la selectividad. Una vez más fueron mis padres quienes me animaron a estudiar aquello que quisiera para labrarme un futuro mejor.
Sin perder años acabé mi carrera de historia, mencionado en antropología y especializado en análisis social, político y cultural. Pero a veces la vida no te presta todo lo que tú buscas, ni los sueños se cumplen de un día para otro. Esporádicamente puedo ejercer mi profesión, he participado en debates, tertulias, escribo mi columna semanal e incluso la literatura me reconocía como el primero en un concurso, pero todo eso son puntos concretos que nada tiene que ver con una proyección estable. Todo se rige al título.
El ámbito social y profesional todavía está muy acotado, algunas profesiones no dejan de ser coto privado e incluso el miedo de la simbiosis de diferentes ciencias sociales hacen temblar el ágora donde se encuentran los “sabios” que todo dictaminan como si fuesen un areópago donde lo allí dictado sea orden y ley. Hemos creado una sociedad donde no importa la profesionalidad, ni tan siquiera se estudia las aportaciones que se pueden llevar a cabo de manera regular o esporádica, todo se rige al título que se haya obtenido.
Cuando llevas años estudiando este tipo de situación no te sorprende para nada que salgan casos donde haya gente que por su poder social o político hayan obtenido el título o los títulos como presunta prebenda. Hemos conocido, y habrá a quienes no conozcamos, casos donde se han regalado, o en su defecto se ha beneficiado a la obtención de títulos académicos, todo ello sin importar el conocimiento teórico y práctico, todo con un claro objetivo y es crear una nobleza con muchos grados, masters, doble grados… donde la enumeración de todos ellos no son certeza de conocimiento, pero sí de un status por encima de todos aquellos que sólo tenemos un grado aprobado con el sudor nuestro y nuestros padres. Una nobleza que puede creerse superior, pero no dejan de ser personas con títulos y amigos que favorecen, pero que en realidad nunca llegarán a ser números uno en su parcela. Me recuerda a como se obtenía la condición de hidalgo y con ello se conseguía ser noble, entre otras épocas en el Renacimiento, si una familia conseguía tener determinados hijos varones consecutivos, la cifra estaba entre los siete u ocho, se le reconocía la condición de hidalgo y con ello dejaba de ser pechero. Este nuevo hidalgo, conocido como hidalgo de bragueta, obtenía determinados beneficios en cuanto al pago de impuestos, pero en ningún caso se podría comparar con un Grande, Duque, Marqués… pero ante sus vecinos ya no era pechero.
Algo similar parece estar pasando en la política, aunque es cierto que algunos/as con más o menos dignidad al menos dimiten mientras otros/as se aferran al sillón que ni con agua fuerte se van. Hoy todos quieren tener un CV con muchos grados y diferentes títulos académicos para así poder escalar posiciones, hay quien se ve abocado al final modificar el CV para tapar el embellecimiento de su CV y hay a quien le cuesta la carrera política.
Pero más allá de querer alcanzar una nobleza intelectual, eso sí baja, no sólo reside el problema en quienes los obtienen, sino en quien los proporciona.
La universidad pública es un logro que ha permitido que hijos de familias humildes podamos cursar nuestro grado y con ello poder romper con el clasismo en el que parecía que sólo los hijos de grandes linajes podían estudiar. Se inventaron los masters, ya vemos para qué.
La universidad que hoy es señalada, Juan Carlos I, que no sólo debe de ser amonestada por sus escándalos con estudiantes VIP, sino por el daño profesional, ético y moral que ha causado a esos estudiantes que no son VIP, que con su insomnio, sus ajustes económicos y su sacrificio cursaron grados y masters y ahora se ven perjudicados por esta pésima gestión, sin duda alguna tendrá que llevarse a cabo una investigación, depurar responsabilidades y acabar con la mentalidad de que más títulos dan más conocimiento, pues es la profesionalidad quien da el conocimiento.
La universidad debe ser un mundo independiente a la política, debe ser un servicio para el pueblo, debe cuidarse y debe mimarse.
Decía un profesor mío que en la Edad Moderna no valía con ser noble, sino que había aparentarlo, es más hay quien por apariencia se le consideraba noble y no lo era, pero lo aparentaba.
La mayor ofensa para un noble es que le pidiesen su título, jamás osaría nadie a pedírselo a nobles como el Duque de Alba o el de Medina Sidonia, a Don Álvaro de Bazán o a la casa de Medinaceli, pero sin embarga el pechero que se convierte en hidalgo por la bragueta no era de extrañar que le pidiesen el título que acreditaba que ya no era pechero.
Dejemos de pedir títulos como hijos para alcanzar la nobleza o en este caso un puesto de trabajo, midamos los conocimientos, la preparación personal y sobre todo miremos aquellos CV que vienen íntegros y no decorados, pues esos suelen guardar mentes mejor preparadas.
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