La política deambula por una fina línea entre lo patético y lo peligroso. A veces determinados mensajes que en algún momento no tenían calado social poco a poco se han ido incrustando en la sociedad. En algunos casos llegan al extremo de resultar peligrosos para la convivencia social. Clasismo, xenofobia, homofobia, machismo… pero hoy me centraré en todo lo relacionado con el origen de una persona.
Voy a poner dos ejemplos.
En primer lugar el encontronazo entre la presidenta de Madrid y su socia y líder de la ultraderecha madrileña. Monasterio acusaba a los MENAS, o intentaba relacionarlos, con los sucesos acaecidos entre bandas urbanas rivales. La respuesta de la presidenta ha sido sorprendente. Isabel Díaz ha decidido enfrentarse dialécticamente con la líder de VOX en defensa de los MENAS. Ha sabido diferenciarlos. Como bien dijo Ayuso “son españoles, los implicados en los altercados, tanto como Abascal. Son hijos de aquellas personas que llegaron buscando una mejor vida”. Lo sorprendente es la inquina que les tiene Monasterio a las personas que vienen de otros países o son hijos/as de los llegados. Ella no es española de nacimiento y aun así nadie le ha puesto trabas para llevar su vida en este país. Es más, nada le ha impedido que se vea involucrada en asuntos de dudosa legalidad por firmar documentos cuando no podía, presuntamente.
Pero para la ultraderecha la utilización de cualquier suceso desagradable es válido para atacar a quienes ellos consideran un perjuicio para su patria, la que ellos desean y donde sólo caben los suyos. Toman por bandera una pureza social, política y económica que ellos mismos no cumplen, pero que les sirve para tapar sus carencias y su poco aporte a la política española.
Cruzando el océano Atlántico tenemos al presidente de México. López Obrador ha vuelto a usar la bandera del yugo hispánico para atacar a España. Ya exigió al actual rey pedir perdón por lo sucedido hace quinientos años. No es que sea la monarquía santa de mi devoción, pero volver al tema de la llegada hispánica sólo por carencias políticas y de proyecto demuestra el deficiente nivel político del presidente mexicano. Precisamente los apellidos López y Obrador muy de la época pre-hispánica no son, es más probable que él mismo tenga que pedir perdón porque alguien de su linaje si llegó allí desde España.
Todas estas actitudes me recuerdan a cuando estudié los estatutos de limpieza de Sangre en la Edad Moderna. Cabildos, canonjías y diversos puestos de relevancia a los que se accedían si se demostraba la pureza de la sangre, vamos ser cristiano viejo. Por eso toda aquella persona que tenía un ascendiente converso del islamismo o del judaísmo lo ocultaba para así no encontrar ningún inconveniente en el caso de poder optar a un Colegio Mayor, algún monasterio, cabildo… Quienes habían conseguido ocultar sus ascendientes conversos eran más exigentes e intransigentes con el único propósito de hacer ver que eran más puros y limpios que nadie, aunque en su interior sabían que no era así.
Algo así parece suceder ahora con la política. Ya no se trabaja por el bien común, se busca el enfrentamiento constante. Esta es una táctica que puede arrastrarnos a los mayores conflictos sociales de la historia.
La política es el trabajo por el bien común, por hacer una sociedad más justa y equitativa. Se podrá debatir sobre los diferentes modelos de Estado, la espiritualidad personal o el grado de intervencionismo de un gobierno en la economía nacional. Ahí habría un debate largo y encrespado. Sin embargo a la hora de hablar de los asuntos del día a día como son el salario mínimo, reforma laboral, fondos europeos, pensiones… no debería haber mucho que debatir. Cuando se busca la crispación e intereses personales y partidistas en estos asuntos por encima del bien común dice mucho del nivel político.
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