Si miramos la historia podríamos analizar miles de acontecimientos. En todos ellos, más allá de los restos materiales, los datos se ciñen a la clase privilegiada en gran parte. La clase social menos privilegiada, o sin ningún derecho, es reflejada por su dependencia de la primera. Reyes, emperadores, pretores, cónsules, generales, dictadores, faraones, casas nobiliarias, batallas, guerras, expulsiones y conquistas entre otras cosas. Sin embargo la historia en gran parte olvida, o no presta suficiente importancia, a las personas que sustentaban imperios y reinos.
Quizás en las guerras mundiales o la guerra civil española se refleja de mejor manera las diferentes dificultades que tuvieron que soportar los ciudadanos de a pie. Muertes injustificadas, inválidos, viudas, huérfanos y familias rotas. Todo por mantener los privilegios de una clase social o institución.
Cuando hablamos de expulsiones como la de los judíos o moriscos, la llegada de la corona hispánica a nuevo mundo… conocemos infinidad de datos políticos y sociales, eso sí, de una determinada clase social. Sin embargo nadie analiza el calvario de una familia judía o morisca que vio truncada su vida, y la de sus descendientes, cuyo objetivo era levantarse, trabajar y sacar a su familia adelante.
La intrigas palaciegas, intereses económicos y el trabajo de una propaganda para mantener una sociedad enfrentada han provocado, desde los primeros tiempos, desgracias que en su mayor grado ha pagado el ciudadanos de a pie.
Hoy la política está sufriendo el mayor descrédito de la Transición. A ver cómo se le explica la crispada situación actual a la ciudadanía. Los políticos, así como las personas que los asesoran, deberán empezar a cambiar el rumbo. No va de hablar más alto, subir el tono agresivo, provocar al adversario para tapar sus propias vergüenzas, así como los grandes titulares que la sociedad no percibe en su vida cotidiana.
A ver como a una persona que se levanta todos los días a trabajar, asalariado o autónomo, y ve que el final de mes está muy lejos. Cuando la gente joven no puede acceder a una vivienda digna en propiedad o tiene que invertir el noventa por ciento del salario en pagar el alquiler. Personas enfermas que esperan meses y meses para ver al especialista. Parejas que tienen que dejar uno de ellos el trabajo para poder criar a sus hijos y poder conciliar. Así un largo etcétera. Un largo etcétera que son problemas reales. Se habla siempre de macroeconomía pero poco de economía de calle. La ciudadanía afronta cada día con miles de cálculos para dosificar y analizar diferentes opciones y posibilidades.
Mientras tanto los políticos parecen estar constantemente en campaña. Titulares de prensa con grandes medidas que la ciudadanía a veces no percibe. Propuestas que se hacen en la oposición y luego en el gobierno no se llevan a cabo. Luchas internas en los partidos para ocupar diferentes puestos de poder y así poder asegurarse el futuro. Incapaces de llegar a acuerdos sobre propuestas que alivien al ciudadano corriente, pero para subir el sueldo de ellos y mantener privilegios si llegan a acuerdos.
Quieren que la ciudadanía crea en la política, pero para que la gente crea en ella se debe notar en el día a día. La clase social o clases sociales menos favorecidas no deben reflejarse en la actualidad como dependiente de ellos. La sociedad se ha alejado de la política porque no quiere pasar a la historia como los esclavos de Roma o Egipto. Tampoco como revolucionarios, aunque a veces sean señalados, la ciudadanía quiere vivir una vida digna. Tal y como se garantiza en la Constitución.
Cuando llevamos décadas viendo las mismas caras, cuando los cargos se reparten siempre entre las mismas personas, cuando el acceso a la política es por el número de años de afiliación y por ser una persona que nació con el carnet de partido, sin contar con su validez o no, estamos en una red clientelar como en épocas pasadas. El descrédito de la política reside ahí, en olvidar al pueblo llano.
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