Últimamente se está oyendo mucho hablar desde las esferas políticas y desde la casta erudita de la cultura del esfuerzo. Sin embargo no deja de ser una falacia. Como ante cualquier adicción la sociedad española debería empezar a reconocer que tenemos un problema. No se premia la calidad, se premia la cercanía a una amistad, a una educación o a una clase social.
Estos días ha sido noticia otra vez la cultura del esfuerzo por la medida de que un alumno puedo sacarse un título con dos suspensas. Parece algo nuevo, sin embargo es algo que ya existía con anterioridad. Pero todo vale para atacar al Gobierno, todo es justificable para arremeter contra todas y cada una de las medidas llevadas a cabo, aunque sea manipulando. Se tergiversó la ley de educación y ahora esta medida con el argumento del esfuerzo. La realidad es que hace años que ya se podía sacar el título de la ESO con dos suspensas si el claustro de profesores lo decidía, siempre y cuando las dos asignaturas no fuesen lengua y matemáticas. La universidad tenía la opción compensatoria si te quedaba una asignatura por aprobar. Nadie dijo nada, también había cultura del esfuerzo, pero existía otro Gobierno.
Las diferentes posturas defendiendo la cultura del esfuerzo me lleva a la misma reflexión de cuando veo salir a criticar el lenguaje inclusivo por parte de una élite social que calla cuando se aceptan palabras como “ayurveda”, “almóndiga” o “toballa”. Porque el problema no es si se aceptan nuevas palabras o nuevas medidas pedagógicas, el conflicto surge cuando las propuestas vienen por parte de un espectro ideológico o por personas de una determinada edad. Para una parte de la sociedad eso son dos requisitos o dos inconvenientes en el camino para aceptar o no una propuesta o medida.
Cuando la Institución Libre de Enseñanza decidió llevar la cultura a todos los municipios y aldeas a través de las misiones pedagógicas también recibió críticas. La clase privilegiada y una Iglesia reacia a perder un poco de poder en la educación insinuaban la ineficacia de determinada empresa. La realidad es que la crítica residía en su lucha por mantener una sociedad minoritaria, privilegiada e instruida y una mayoría analfabeta, pobre y esclava. Porque como bien dijo Giner de los Ríos, “la revolución comenzará con la llegada del conocimiento”. ¿Para qué querían los hijos de los labradores saber leer o escribir? Para esa clase privilegiada era mejor que siguiesen siendo analfabetos, sin aspiraciones ni conciencia, para que así fuesen manipulados, manipulables y su mayor logro sea servir y obedecer.
Ahora siguen con la misma política, vemos líderes, ex ministras y personalidades varias con carreras sacadas en tiempo récord. Vemos como muchos contratos de profesores son llevados a cabo dependiendo el colegio donde se estudió, el apellido que se tenga y los amigos que rodean su persona. No sólo en el ámbito de la enseñanza privada o concertada funciona así, los grandes medios, las tertulias más famosas y las columnas en los grandes medios se consiguen de la misma manera. Algunos programas como los que presenta Risto Mejide parecen el cementerio de grandes figuras políticas que están en su ocaso o han perdido poder interno. Con grandes nóminas y cuya finalidad es similar a la del Senado, ser un cementerio de elefantes políticos. En estas actitudes no hay nada de la cultura del esfuerzo que tanto pregonan, pues miles de personas se esfuerzan día a día para tener una oportunidad y no la reciben.
Es muy fácil hablar de esfuerzo cuando todo te ha sido dado. Cuando por tu apellido o por haber estudiado en determinado colegio, instituto o universidad te ha llevado a primera línea para conseguir tu objetivo. Mientras el resto tienen que luchar día a día para conseguirla por haber estudiado en la pública, por no tener determinado apellido o por no tener padrino. Porque no se nos olvide que en España todavía sigue primando la idea de “quien tiene padrino se bautiza”, y esta idea es la que hace que España no avance.
Quizás la idea que mejor refleja por qué España no avanza es ver como los dirigentes políticos no llegan a ningún acuerdo/pacto educativo. Algo que es necesario y principal, pero cuando priman intereses económicos por encima del bien social conlleva una sociedad dividida. Una minoría privilegiada y con acceso a todo y una mayoría con las oportunidades limitadas y con unos objetivos más difíciles de conseguir.
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