Corrían los primeros años del actual siglo. Ciudad Real, con sus 15.000 habitantes mal contados, sus calles empedradas con guijarros desiguales, no todas, y que se inundaban tan pronto quería empezar a llover, con casas, casi todas de una sola planta, de fachadas enjalbegadas, era la capital pobre de una provincia rica. Población eminentemente agrícola, con grandes huertos y corralones en su interior, aún recuerdan los viejos aquellos desfiles de los sábados por la tarde de carros, galeras y yuntas de mulas con gañanes y mayorales que volvían del campo a gozar el domingo de un bien ganado descanso.
La vida transcurría tranquila, quieta, sin acontecimientos importantes. Se conocían todos. Una boda, un fallecimiento, una ruptura de relaciones, cualquier pequeña alteración en el vivir cotidiano, era tema de conversación para mucho tiempo y los comentarios exhaustivos. Los grandes medios modernos de educación de las masas, el cine, la radio y la televisión, que luego vendrían a cambiar por completo la forma de ser, de pensar y de vivir de la gente, eran desconocidos y todos compartían las alegrías y las penas de sus convecinos, quizá porque no tenían mejor cosa que hacer y porque su mundo era así. Por aquel entonces, la atención se centraba sobre los pequeños acontecimientos locales y estos adquirían inusitada importancia.
A principios de este siglo, como decíamos, el Ayuntamiento de Ciudad Real, arrendó los consumos a unos andaluces y la cosa no cayó bien en la población. Para sacar el máximo rendimiento a su contrato, los arrendatarios decidieron aplicar a rajatabla las ordenanzas y estrechar la vigilancia en los fielatos. Para esto, parece ser, que incluso alquilaron los servicios de algunos matuteros profesionales, que “se las sabían todas” y a los que por tanto era muy difícil engañar y además alardeaban de ello.
Por aquél tiempo, existía en nuestra Capital una mula, la que por sus muchos años, el poco alimento y el mal trato, había llegado a adquirir un aspecto verdaderamente repugnante: escurrida de carnes hasta lo inverosímil, con los huesos a flor de piel y cubierta de mataduras, que si bien en invierno iban al descubierto presentando toda su purulenta fealdad, en verano quedaban tapadas por verdaderas concentraciones mosqueriles, cuya abundancia en nuestra Ciudad, por aquellas calendas, no debía ser escasa.
El aludido semoviente se llamaba o le decían “Cariñosa”, no hemos podido averiguar el por qué de tan dulce y tierno apelativo, y deambulaba por nuestras calles tirando del carro de la basura, el único medio que existía entonces para la recogida de basuras de la vía pública.
“La Cariñosa”, entre su aspecto llamativo y el servicio que prestaba, había conseguido una gran popularidad entre el vecindario, nunca igualada por ningún otro individuo de su especie.
Pero un 28 de noviembre, la mula “Cariñosa” dejó de existir, no sabemos si a consecuencia de su avanzada edad o de qué ignorada enfermedad. Antes que la natural rigidez de la muerte, dificultara el traslado del fecido animal, la echaran sobre un carro y la depositaron en un campo a las afueras, como entonces era costumbre, para que sirviera de pasto a las alimañas, ya que ni la piel se podía aprovechar.
Enterados del caso un grupo de amigos, gente con ganas de guasa y de chirigota, decidieron aprovechar la circunstancia y dar una broma a los consumistas.
Sin pérdida de tiempo y provistos de los utensilios necesarios, se trasladaron al lugar en que se encontraba los restos de la mula. La descuartizaron e hicieron tres buenos paquetes de carne con los mejores trozos de la “Cariñosa”. Una vez preparado el “alijo”, enviaron por delante a uno de ellos, Paulino Díaz “el Ronco”, así conocido por su especial timbre de voz, quien se presentó en uno de los fielatos y con el mayor secreto y previa promesa solemne de no ser descubierto, dio el soplo a los agentes de arbitrios, de que tenía conocimiento que Félix Madero y dos amigos suyos, habían sacrificado una vaca en una huerta próxima y pensaban introducir la carne en la ciudad sin pagar impuestos.
Quedaron a la espera los vigilantes y efectivamente, al poco rato, vieron llegar a los denunciados, quienes pasaron ante el fielato apresuradamente, bien embozados en sus capas, al uso en aquella época, y sin detenerse. Les salieron al paso dos vigilantes y tras alguna discusión y ligera resistencia exhibieron el contrabando. Fueron invitados a pagar la multa correspondiente y como se negaron, les fue decomisada la carne.
Lo que esperaban los bromistas sucedió. Los vigilantes dieron cuenta del suceso a sus superiores y entre todos decidieron darse un gran banquete. Aquella misma noche se reunieron en casa de uno de ellos y condimentaron un buen estofado. Aunque parece ser que el sabor no era muy ortodoxo y la carne nada tierna, a pesar del mucho tiempo que duró el cocimiento, dieron fin con el guiso. Cuando estaban terminando la abundante cena, se presentó un vecino, quien llamando aparte a uno de los comensales le hizo saber que la carne era de la mula “Cariñosa” y le explicó los hechos con pelos y señales. Enterados el resto de los concurrentes, hubo las escenas que se pueden suponer.
No acabó ahí la cosa, pues a los pocos días, salió una “estudiantina” por las calles, con un cartel al frente que representaba a la desaparecida “Cariñosa”, con acompañamiento de las entonces inevitables bandurrias y guitarras y cantando en cada esquina lo que titulaban “Colección de tangos dedicados a la mula “Cariñosa”. La musiquilla ramplona y pegadiza y los versos, no muy buenos, describían el suceso con bastante gracia.
Se imprimieron los cantares y una copia ha llegado a nuestras manos. Empezaba:
El 28 de noviembre
pensativo y caviloso
llegó a uno de los fielatos
un hombre muy sospechoso
que por apodo le llaman
Paulino Díaz “el Ronco”.
Luego explicaba lo que decía al dependiente de Arbitrios sobre el contrabando y continuaban:
Quédanse los del Resguardo
Absortos por un momento,
después se frotan las manos
con alegría y contento.
Y le dicen a Paulino
tú marchate “descuidao”
que no ha de saberlo nadie
que tú los has “delatao”
Refiere cómo esperaban los del Resguardo la carne anunciada y cómo a la una de la tarde vieron venir a los tres individuos,
El uno Luisillo Barba
el otro Félix Madero
y entre ellos también venía
Luis Gambí “el Pescadero”
En la segunda parte, relataban cómo se practicó el decomiso y las ofertas y contraofertas de los “contrabandistas” y vigilantes. Dos duros ofrecían unos y sesenta reales pedían los otros y dice:
Se dieron un gran banquete
de la mula “Cariñosa”
hija de la yegua baya
no gruesa y sí buena moza.
El padre es el “Benavente”
un burro muy bien “formao”, etc.
Luego explicaban cómo habían buscado una mujer que guisó la carne y les hizo un “estofao” y la confidencia, al final, de que se trataba de la mula muerta y terminaban:
Tal asco esto les produjo
que ellos siguen todavía
tomando para limpiarse
purgantes al tercer día.
A la mula “Cariñosa”
Dios le de su santa gloria
Que para los del Resguardo
Será de eterna memoria.
Publicado en el Boletín de Información Municipal Nº 2 por Ramón Gonzalez en abril de 1961
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