Aunque nos resulte novedoso, no se trata de una cuestión reciente; sino que ya ha sido tratada durante siglos, al menos desde la publicación de Utopía de Tomás Moro en el siglo XVI, muchos pensadores se han atrevido al menos a contextualizar y a enfocar en su debido tiempo la comúnmente conocida como Renta Básica Universal (en adelante RBU). A parte de las diferentes concepciones, se trata esencialmente de proporcionar a las personas de una sociedad una cantidad regular de ingresos como derecho, resultando este totalmente incondicionado a realizar un trabajo o cualquier otra actividad que sea entendida como útil por el resto de ciudadanos. De esta forma, se pretende eliminar o al menos paliar eficientemente la desigualdad económica.
De inicio, nos parece una idea completamente disruptiva y que obviamente rompe con los esquemas de construcción social que a día de hoy se aplican. Aun así, los nuevos desafíos presentes y futuros, están dando lugar a plantearse nuevas políticas y cuestiones sociales que, en un pasado no muy remoto, podrían ser calificadas de idílicas. En cuanto a la RBU, parte del principio de igualdad en una sociedad en la que cada vez por el desarrollo de la técnica y más concretamente por el devenir de la digitalización y la inteligencia artificial, se está despoblando de mano de obra humana cualquier centro de empresa, para dar paso a las máquinas con mayor relevancia.
Esta situación, supone dejar atrás la ciencia ficción y encontrarnos con una sociedad totalmente conectada a disposición de los robots. Las industrias abaratan gastos fijos (sobretodo salarios) a través de la inversión en tecnología para la producción. Consecuente a ello, cada vez la mano de obra menos cualificada se ve más sustituida por estos medios. Aquí nos surge el interrogante, ya no solo en una sociedad ideal en la que el trabajo humano no exista y todo ciudadano tenga una renta mínima periódica. Sino, que el hecho de destruirse el trabajo realizado por el individuo supone que incondicionalmente, si nuestra sociedad entiende como consecuencia de remuneración el propio trabajo (como cualquier proceso productivo: estudios, artístico, empresarial, etc.); a falta de este, ¿se vacía de contenido la causa del salario o paga?
Por tanto, ¿es la RBU una respuesta correcta, estrictamente necesaria para evitar la desigualdad y los conflictos sociales derivados de ella, en una sociedad que cada vez sustituye más el trabajo humano como causa justificativa de ser retribuida, por el de las máquinas?
Desde el Derecho nos estamos encontrando con una ruptura de esquemas, que pueden llegar a poner en serio compromiso el sistema social de bienestar actual, si no se ataja la nueva realidad que ya está en camino. Puesto que si las máquinas terminan por sustituirnos ¿qué podemos hacer como individuos para ganar nuestro salario?
Algunas agrupaciones internacionales a partir de los años 80 empezaron a plantear la cuestión de forma seria, promoviendo el debate sobre el tema, tal como la Basic Income European Network que pretende promocionar argumentalmente y en un contexto social real el derecho a una RBU incondicional. Es decir, sin necesidad de trabajar se tenga derecho de por sí a percibir una renta mínima.
Esta idea, plantea conforme a nuestras leyes actuales serias dificultades, ya que surgen serios interrogantes sobre la política fiscal a aplicar, es decir; se pagaría o no impuestos; de qué forma se puede promocionar el trabajo, aunque de partida ya recibamos una renta mínima (teniendo en cuenta la sustitución del trabajo por la inteligencia artificial) y de qué manera afectaría la implantación de esta medida sociológicamente.
Resulta una situación sin parangón, que al menos ya ha sido probada en algunos países, tales como: Finlandia y Holanda. A su vez, en otros se votó sobre su implantación como fue el caso de Suiza en 2016. En los dos primeros, se ha realizado el experimento social en pequeñas poblaciones o con grupos reducidos; resultando gratificante la experiencia. Aunque también debemos decir, que no todas las sociedades se rigen por las mismas motivaciones, por lo que para uno puede resultar bueno, para otro; quizás pueda ser contraproducente.
Los argumentos que están a favor de esta medida, se posicionan en la creciente destrucción de empleo y la desigualdad que está generando; siendo su “caballo de batalla” la búsqueda de una redistribución de la riqueza, posibilitar la igualdad y así dar lugar a un empoderamiento del individuo al dotarle de lo necesario para la subsistencia. Pasando de la caridad a la verdadera cobertura de las necesidades básicas.
De todas formas, la implantación de estas medidas está muy marcada por el miedo a su resultado, debido a que las consecuencias pueden ser adversas, ya que, si cada individuo percibe una renta básica de forma incondicionada, no se puede seguir con el mismo planteamiento social desde sus raíces. Puesto que incluso la interpretación e incluso la posible modificación de nuestras normas sería muy transcendente; pues no se podría mantener el mismo régimen de impuestos, habría que incentivar de forma distinta la inversión y la investigación y el desarrollo. Para así, evitar el aletargamiento e incluso deterioro de la sociedad, desde las relaciones económicas hasta las estrictamente personales.
No es una cuestión fácil, aunque cada vez está dejando de lado su connotación utópica para quizás ser en un futuro no muy lejano una realidad, y tal vez, como ya dijo Martin Luther King: la dignidad del individuo florecerá cuando las decisiones concernientes a su vida estén en sus propias manos, cuando tenga la garantía de que su renta es estable y no corre peligro…”. Por lo que, ¿es puro ideal o es necesidad?
“Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos” John Fitzgerald Kennedy (1917-1963) presidente de los Estados Unidos de América.
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