“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”GiusseppeTomasi di Lampedusa(1896-1957). Escritor italiano
La humanidad ha sido desde sus orígenes una especie que ha demostrado adaptarse al medio, y en los últimos tiempos, me atrevería a decir que a pretender dominarlo. Desde nuestros primeros pasos conviviendo en núcleos sociales que cabían en una cueva, dependiendo de los recursos ofrecidos por el medio, a merced de las condiciones naturales en todo su apogeo. Hasta el sedentarismo primigenio que se esbozó en núcleos de población mayores y con una sociedad que paulatinamente a lo largo de los milenios se fue haciendo más compleja. Nos expandimos por el globo terráqueo desarrollando de un mismo tronco diversas ramas que fueron conformando diferentes culturas; unas sobrevivientes y otras extintas por el juicio del tiempo y nuestro universo. Y así, en un pequeño abrir y cerrar de ojos llegamos a la Modernidad del siglo XVIII con grandes avances científicos, y un giro en el foco de la ciencia que dio lugar a concebir a la naturaleza como un ente dominable por el ser humano.
En estos derroteros nos encontramos en nuestros días, pasamos por dos revoluciones industriales hasta la actual, propia del grandioso desarrollo de la tecnología y la nueva sociedad que se va conformando hacia el transhumanismo. Hablamos de una nueva generación del ser humano. Hemos llegado a cubrir en los países más avanzados las necesidades más básicas de nuestra especie, en nuestro pasado y presente queda la impronta del daño que hemos provocado a nuestro planeta: contaminación, deforestación, extinción, etc.
Es ahora con el avance de la técnica de nuestro tiempo cuando se nos ofrece la oportunidad de poder llegar a coexistir en una armonía real con el medio ambiente, sin necesidad de esquilmar nuestra amada Tierra.
Como bien sabemos, hace unos meses irrumpía en nuestras tranquilas vidas la amenaza de una pandemia global. Algo que nos parecía ficticio en una estructura social como la nuestra. Sin embargo, ello al menos nos ha hecho ver el verdadero lugar que ocupa el ser humano en este mundo, puesto que no deja de ser una especie más del planeta, sujeta a los vaivenes de la propia vida dentro de la existencia.
Hace algunas décadas se empezó a vislumbrar un horizonte de compromiso por parte de la comunidad internacional en aras de conseguir un desarrollo sostenible de las economías, proveyendo los bienes necesarios a los ciudadanos, en conjunción con el respeto del planeta.
En 2015 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible. Este instrumento es un plan de acción en favor de las personas, el planeta y la prosperidad. Del mismo, podemos destacar sus diecisiete objetivos: poner fin a la pobreza, al hambre, garantizar una vida sana, una educación inclusiva y equitativa, lograr la igualdad de género, garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua, el acceso a una energía asequible, promover el crecimiento económico sostenido, promover las infraestructuras e industrialización sostenible, reducir la desigualdad entre países, lograr que las ciudades y asentamientos humanos sean inclusivos, modalidades de consumo y producción sostenibles, medidas para combatir el cambio climático, conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, proteger los ecosistemas terrestres, promover sociedades pacíficas e inclusivas y revitalizar la Alianza Mundial para el desarrollo sostenible.
Definitivamente, el manual de intenciones está claramente determinado. Ahora queda llevarlo a cabo por cada uno de los países; y obviamente, bajo la responsabilidad en ello que tenemos cada uno de nosotros.
En el plano europeo, en el mismo año 2015 el Comité Económico y Social Europeo (organismo de la Unión Europea) promulgó un dictamen sobre el tema de “La Economía del Bien Común”, marcando las líneas de un modelo económico orientado a la cohesión social. La propuesta central se focaliza en el progreso hacia una economía al servicio de las personas. Para alcanzar este objetivo, debemos asumir que el dinero y el capital tienen importancia como instrumentos (intercambio o inversión), pero que no constituyen un fin por sí mismos (ya lo dijo Kant: “el hombre es un fin en sí mismo, no un medio para uso de otros individuos”, esto era allá por el siglo XVIII).
El planteamiento europeo se encauza dentro de la hoja de ruta de las Naciones Unidas, concreción altamente positiva, dado a que “remamos todos en la misma dirección”.
España, como bien es sabido, es uno de los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas y de nuestra más tangible Unión Europea. En el 2007, se esbozaron los principios sobre un futuro desarrollo sostenible a nivel nacional en el marco de los ya enunciados. Promulgando políticas sobre: la eficiencia en el uso de los recursos, la producción y el consumo responsable, la movilidad sostenible, turismo sostenible, energía limpia, la protección de los recursos hídricos, la biodiversidad, etc.
Como brevemente se ha expuesto, tenemos claras las metas que tenemos que perseguir en las próximas décadas. Tendremos que dejar a los ojos del presente y futuro la consecución de estas.
Nuestro propio sistema económico social, está dando muestras de quiebra, ya desde las crisis cíclicas, cuyo impacto más cercano nos queda con la de 2008, como una actual crisis energética que tiene vistas a marcar un cambio de ciclo en la obtención de energía. En el WorldEnergy Outlook de 2019 (Informe sobre la energía mundial de 2019), emitido por la Agencia Internacional de la Energía cada año, vemos como el petróleo permanece en el punto de mira, siendo la principal fuente de energía, coexistiendo con las cada vez más desarrolladas energías renovables. En los últimos días, observamos como el precio del petróleo se desplomaba en mínimos históricos por la crisis del Covid-19, pero no debemos olvidar la escasez de este recurso y a su vez, las políticas europeas en los transportes, tales como el aéreo. En el que países como Alemania, Francia y España anunciaron nuevos impuestos durante el 2019 a este medio. Estas políticas y los cambios que se están desvelando en la producción de energía en pocos meses, pueden darnos la bienvenida a un nuevo sistema de organización económico mundial en un tiempo mucho menor al esperado.
Al menos, que el planteamiento de objetivos tan maravillosos como los enunciados en este breve artículo, sean desarrollados mediante una transición pacífica y de responsabilidad. Hemos llegado a una relativa paz en una gran parte del globo buscando aun la que nos falta. No estropeemos este avance,y como bien decía al principio nuestro amigo Giuseppe: cambiemos, para que todo siga igual.
Le dedico este artículo a mi gran amigo Carlos García-Consuegra, por los años que llevamos “preocupados por arreglar el mundo”, y por ser siempre una amistad sincera e inspiradora en el conocimiento.
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