Parece que siempre ha sido un anhelo del ser humano la búsqueda de la libertad, ya no solo personal y hacia sus semejantes, sino de sí a todo aquello que nos rodea en nuestro mundo. Convivimos actualmente en una sociedad que lejos de carecer de bienes materiales: televisiones, móviles, ordenadores, etc.; fluye en abundancia de lo sobrado de estos utensilios del día a día. Y sin embargo, el descontento persiste en el propio individuo y ciertos colectivos.
Como ya decíamos en otras entradas al blog, a partir de mediados del siglo XVIII se fueron consolidando diferentes movimientos revolucionarios, que como precursores, eliminaron el denominado Antiguo Régimen, en el que sólo unos privilegiados tenían el Derecho en mayúsculas a la libertad y todo lo que ello conlleva, pues hablamos de la expresión, la deambulación y todas sus implicaciones en tantos otros como el honor, la intimidad, y un largo etcétera.
A partir de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789 iniciamos nuestro camino como sociedad en un nuevo mundo, en el que cada persona tiene reconocidos unos Derechos por el hecho de ser humano. Esto supone buscar la fortaleza del individuo dentro de un marco de libertad (que nos parece normal y me atrevería a decir, apreciamos poco dada nuestra comodidad), y a su vez procurar la construcción de una sociedad sólida dentro del contexto de igualdad real a través del mérito (no igualitarismo) y la paz que estos elementos nos han dado a lo largo de este tiempo, fuera de los acontecimientos bélicos más destacados hasta nuestros días y los actos de terrorismo.
Llegados a este punto, fue la propia Unión Europea (en adelante UE) fundada como tal en 1993, atravesando su evolución desde las iniciales Comunidades Europeas de mediados del siglo pasado, desde un enfoque puramente mercantilista y económico, la que ha buscado uno más social y político en la actualidad.
Dentro de este conglomerado de organizaciones y países europeos, fueron germinando tras la Segunda Guerra Mundial la verdadera consolidación del constitucionalismo, es decir, la creación de un conjunto de normas que otorgaran las obligaciones y derechos de una sociedad estructurada en la paz y libertad del individuo y de ella misma. Claro ejemplo de esto sería nuestra Constitución Española de 1978 y el reconocimiento de Derechos Fundamentales del ciudadano en su texto.
En este orden de cosas, el nuevo milenio llegó con la creación de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, que viene a ser un calco de los mismos que recoge la Constitución española pero dentro de la esfera de la propia Unión.
Pero esto no ha parecido ser suficiente, dando a entender que al menos en la esfera social nos hacía falta un cierto refuerzo en cuanto a derechos sociales se refiere. Así, en noviembre de 2017 se aprobó el Pilar de Derechos Sociales Europeos, que tienen su fundamento en veinte principios básicos:
1) Educación, formación y aprendizaje permanente.
2) Igualdad de sexos.
3) Igualdad de oportunidades.
4) Apoyo activo para el empleo.
5) Empleo seguro y adaptable.
6) Salarios
7) Información sobre las condiciones de trabajo y la protección en caso de despido.
8) Diálogo social y participación de los trabajadores.
9) Equilibrio entre vida profesional y vida privado.
10) Entorno de trabajo saludable, seguro y adaptado y protección de datos.
11) Asistencia y apoyo a los niños.
12) Protección Social
13) Prestaciones por desempleo.
14) Renta mínima.
15) Pensiones y prestaciones de vejez.
16) Sanidad.
17) Inclusión de las personas con discapacidad.
18) Cuidados de larga duración.
19) Vivienda y asistencia para las personas sin hogar.
20) Acceso a los servicios esenciales.
Una vez enumerados los principios básicos de la política social europea, no suena del todo mal que una organización conformada por los países del mismo continente tenga al menos la intención de trabajar por mejoras sociales, a parte de las ya alcanzadas.
De todas formas, volviendo al trascurso del siglo XX que nos es todavía familiar y los anteriores de nuestra existencia, siempre hay individuos o colectivos que pretenden con sus anhelos de poder desmedidos acabar con las libertades de las personas, vendiendo a los cuatro vientos que el verdadero problema es aquel o aquello que busca la verdadera libertad, que lo ha demostrado, pero que obviamente; es incompatible con su finalidad de mandato supremo sobre sus semejantes.
En nuestro país hemos asistido al abandono de la lucha armada de la banda terrorista ETA con la correspondiente alegría, dado el calvario que tanto para fuerzas de seguridad como familias vascas y del resto de España se padeció por un ideal de terror con ánimo de alcanzar el poder de un pueblo por unos pocos. ¿Con el terror se consigue la libertad?
Muy actual está el conflicto del independentismo catalán, que no lejos de asemejarse al vasco, que parece haber cerrado en parte su herida; este primero retomó su legado iniciando sus primeras organizaciones terroristas, con el ERT o Equipo de Respuesta Táctica del Comité de Defensa de la República. ¿Se puede conseguir la libertad alentando a la violencia? A parte de estas preguntas, dentro de la propia acción de terrorismo, quizás nos tengamos que preguntar todos, tanto el que decide coger la armas como el que no, ¿qué me hace libre? ¿qué me hace vivir en paz? ¿qué diferencia existe entre el humano que tengo enfrente y yo?
Como enunciábamos, llevamos ya casi trescientos años intentando vivir en paz, al menos desde el papel. Tenemos instituciones y gobiernos que procuran velar por las libertades sociales. Vivimos en paz y con suficientes bienes materiales para subsistir (salvo excepciones, pero difícil es que en Europa se pase hambre), cuando no hace tantos años atrás, la mera alimentación era para algunas personas la única meta del día. Hemos conseguido vivir en relativa paz dentro de la naturaleza del propio ser humano. Me vuelvo a hacer la pregunta: ¿merece la pena el terror o la vida de mis semejantes?
“Un pueblo inspirado por la democracia, derechos humanos y oportunidades económicas, dará su espalda de forma decisiva al extremismo” Benazir Bhutto (1953 – 2007) primera ministra de la República Islámica de Pakistán en la década de los ochenta.
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