Esperanza es una palabra conformista en nuestra sociedad acomodada, fruto del bienestar del que disfrutamos. Sin embargo, para otros esperanza significa llegar a tener una vida; no hablamos de sobrevivir, sino de vivir. Así está ocurriendo en nuestros días con el fenómeno de la inmigración y más que este, replicado durante miles de años, desde que la humanidad existe, deriva un fenómeno más catastrófico, los refugiados; las víctimas de la inocencia de conflictos armados y de aquellas secuelas que deja la mala gestión de un país, aunque tampoco podemos olvidar que los países de cultura occidental tienen que asumir su parte de responsabilidad.
Recientemente, tanto en la Unión Europea (en adelante UE) como en los Estados Unidos de América (en adelante EE.UU.), ambos gobiernos se están enfrentando a una auténtica crisis humanitaria relacionada con los refugiados. Por tanto, no hablamos de cruzar las vallas de Ceuta y Melilla, sino de un auténtico fenómeno global, a causa de conflictos y la falta de oportunidades en los países de origen de estas personas.
Bien sabemos que la inmigración llegada a estos extremos corresponde a una situación de necesidad sin parangón; lo que aunque nos duela y así al menos le sucede al escritor, corresponde en parte a nuestros actos. Nos preocupamos por nuestros hijos, pensiones, trabajos, etc. Pero bien sea por la propia condición humana, o por el propio velo de la caverna de Platón, nos cuesta ser conscientes y tomar medidas, dentro de las posibilidades de cada uno, para que al menos; entendamos que normalmente nadie se va de su país, deja a su familia y todo arraigo, por mero placer.
Es difícil juzgar, entender y llegar a conclusiones en estos términos que puedan ser lo suficientemente justas; se trata de medidas que marcan el camino de una sociedad; como ejemplo, los refugiados de Siria, los "caminantes" de Honduras, Guatemala, El Salvador, etc.; hacia la frontera de EE.UU. Situaciones, que a parte de la política interior de cualquier nación u organización internacional, nos hacen replantear de qué forma se trata la política exterior, que obviamente comprende las relaciones entre terceros países y aquellas situaciones como el fenómeno actual de refugiados, que suponen un auténtico desafío humanitario.
Si nos ponemos en la piel del gobierno de una nación; nos encontramos con la ponderación entre el bienestar de sus ciudadanos y la necesidad de ayuda de los inmigrantes por cualquier causa, al igual sucede en el estadio superior de las organizaciones internacionales. Cuestión considerablemente compleja a la hora de abordarla para intentar satisfacer ambos puntos de vista y de necesidad.
Por parte de la UE se promulga una política común de inmigración, asilo y control de fronteras exteriores, basada en los principios de solidaridad entre Estados Miembros, conforme a un reparto equitativo de las responsabilidades que conlleva, así como; el importante aspecto financiero, que lógicamente nunca podemos olvidar. Estas líneas políticas y principios, se concretan en el Tratado de Lisboa de 2007 y la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión, con ánimo de conseguir por los Estados Miembros de la UE unos objetivos claros: en primer lugar, la adopción en un corto plazo, de normas mínimas comunes, y consecuencia de ello, un procedimiento común que a la vez lleve aparejada la conformación de un estatuto (derechos y obligaciones) uniforme para las personas con asilo legal en la UE.
Aparentemente, es una cuestión atajada con bastante eficacia. Sin embargo, a día de hoy la colaboración con Turquía para contener a los refugiados de Siria está suponiendo un auténtico muro de paso a las fronteras europeas. Por otro lado, EE.UU. lleva a cabo una política muy restrictiva de acceso a personas inmigrantes en su territorio. Conforme a este juicio de valor, nos situamos en una postura fraternal y solidaria con la necesidad del fenómeno inmigratorio. Aunque no debemos olvidar que llevar a cabo una política tanto interior como exterior de este fenómeno no es nada fácil para ningún gobierno y tampoco para las organizaciones internacionales, puesto que no es sólo el problema humanitario, sino el problema económico y de gestión que supone.
De todas formas, los detractores del conformismo en esta materia; achacan estas crisis al actuar de los países occidentales en la colaboración en conflictos armados por puros intereses económicos, así como el aprovechamiento voraz e indiscriminado de los recursos de terceros países, maniobras que suponen la creación o escalada de conflictos y la consecuente miseria que provoca a su vez desigualdad; aparentemente no faltos de razón.
Por parte de la UE, se pretende un reparto equitativo de la responsabilidad que supone asumir la labor de acoger a personas en situación de asilo; se han llevado a cabo mejoras en cuanto al control judicial de la aplicación de la política inmigratoria común. E incluso, la creación de organismos de apoyo como es la EASO (Agencia de Asilo de la Unión Europea) que parte de antecedentes en materia de inmigración, cuyo nombre nos da una idea de hasta qué punto este reciente fenómeno está teniendo grandes repercusiones en nuestra sociedad.
A nivel internacional, muy recientemente, en 2016 la Asamblea General de las Naciones Unidas, aprobó la Declaración de Nueva York para los Refugiados y los Migrantes, como herramienta que ayude a marcar unas líneas en común y así dar respuesta a los desplazamientos masivos de refugiados y migrantes. En el mismo año, por el Parlamento Europeo se dictó resolución sobre la situación en el mar Mediterráneo para intentar solucionar la llegada masiva de pateras de inmigrantes.
Consecuente a este contexto europeo e internacional no debemos olvidar, la ponderación entre ambos intereses; por un lado la política de organizaciones internacionales y gobiernos occidentales conforme a las necesidades de sus nacionales y por contrapartida, la de los refugiados de sus países de origen. Y por supuesto, no hacer oídos sordos a la responsabilidad de estas crisis internacionales del desempeño de ciertas políticas exteriores de nuestros países, cuestión variopinta y de difícil calado que conllevaría un enorme esfuerzo de conciencia y quizás hasta de evolución para poder darle solución.
Por ello, valoremos ya de por si la propia iniciativa de nuestro tiempo, al poder llegar a acuerdos internacionales que aúnen fuerzas y pongan en común las líneas de juego en el contexto global y quizás poco a poco, se vean menos diferencias y podamos llegar a ser conscientes del equilibrio necesario para una convivencia en paz y que deje estar en paz.
"Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros y que hay puertos al mar que se abren con palabras" Rafael Alberti (1902-1999) escritor español de la generación del 27.
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