Y ahí estaba ella, sentada en su sofá –Ana- con su cara de niña, con su expresión vulnerable mostrando sus ojos de mujer inocente con el color de la flor del Iris por su anterior “luna de miel”. Estaba a la espera, pues ya eran las 14:22h, era su hora marcial en la que tenía la comida preparada para el gusto de su marido –Antonio-, un hombre de futuro, resplandeciente a la salida del sol, ya que mostraba un gran entusiasmo cuando tenía que ir a su trabajo, era jefe de Administración de una empresa multinacional, el tío –era todo un partidazo- lleno de fuerza para sus relaciones sociales, sus partidas del –famoso- pádel, sus longevas cañas y chascarrillos entre compañeros y amigos.
Sin embargo, Ana era una mujer dedicada a su casa después de su matrimonio de hace tres años, hacía toda labor del hogar sin recibir gran ayuda por parte de Antonio, por decir ayuda. Aun así, ella no había estado siempre igual, cuando era adolescente le gustaban las largas charlas con sus amigas, y sobre todo le motivaba la naturaleza, había querido ser bióloga y por la fuerza de esa pasión consiguió su objetivo a los veinticinco años, fue ahí precisamente cuando emprendió su camino para la búsqueda de empleo. Por circunstancias de la vida conoció a nuestro Antonio, un chico –por entonces- dedicado al deporte, a sus estudios de económicas y a labrarse su gran futuro.
Una vez casados, por “decisión” de Ana y Antonio, él seguía con su trabajo como –jefazo- de administración y ella después de tres años trabajando en un parque natural se dedicaría a las labores del hogar. La cuestión está, en si esta decisión fue de ella.
Después de su boda, ambos inconscientes, ignorantes ambos de su actitud pero a la vez ella condescendiente; Antonio le –muestra- que su lugar…“quizá esté mejor en su casa” ella va a estar más tranquila, va a tener más tiempo para si y sus amigas. Pasado un tiempo, ya no era la tranquilidad de dedicarse a –las labores del hogar- ya era cierta ineptitud -como mujer- de ir al “campo” a trabajar con los “bichos” y en tercer lugar eran sus compañeros –que no sus compañeras- los que mostraban por así decirlo cierto recelo de su trabajo, cuando en el fondo el tiempo demostró a Ana que el único recelo era aquel que tenía su esposo hacia ellos.
Ella, avisada por sus allegados por la actitud de Antonio, -consentía- no necesitaba más, al menos eso pensaba en ese momento, prefirió dedicarse al hogar sin darse cuenta que el yugo ya se cernía sobre ella, como animal de carga. La cosa que más importaba a Ana, que era el contacto con la naturaleza y a la vez le permitía relacionarse con personas de perspectivas amplias había sido esquilmada.
Fue entonces cuando la actitud de Antonio se agravó aún más, porque ella fue incompetente para su trabajo y ahora lo era para el hogar y todo aquello que hacía; tan pronto no estaba bien la comida como no estaba la casa limpia, “solo era una cabezona” que hacía –lo que ella quería-. Y así, un día y otro día, hasta que pasado un breve tiempo desde su boda, se encontró con su “segunda luna de miel”. Ella se esforzaba por complacer a su pareja porque –veía que él se esforzaba en su trabajo y tenía que contribuir de alguna forma- no tenía otra cosa con la que –desarrollarse- era una mujer anulada cuyos labios mostraban su caída junto con la tez pálida de su cara.
Llegado ese día, la hora de la comida –hora española- pasa por la puerta su marido cansado de su laborío y ella paciente con la fortaleza de un muro después de haberse pasado todo el día con –las famosas labores del hogar- se dispone en la mesa para comer; como siempre Ana pregunta: -¿Qué tal el trabajo?- a lo que él responde como casi-siempre, -Cansado, algo agobiado hoy, con las cabezonerías del jefe. Y el sin embargo no provocó la pregunta esperada, se dedico en ciernes a criticar la comida de su pareja, a lo que ya –no pudo aguantar más- se abalanzó sobre ella y a una distancia milimétrica le empezó a insultar con voz altiva mientras sus esputos involuntarios por la ira se incrustaban en ese mandil de “mujer de su hogar”; a lo que no a mucho tardar se convirtió en un puñetazo de él sobre sus ojos y un tirón de pelos que la hicieron caer al suelo del dolor.
Pasados unos segundos de la bajada de adrenalina de la situación, nuestro Antonio, se quedó perplejo, comenzó a mirar sus manos con inconsciencia…sentía dolor, pues de lo que si era consciente era del daño que le había provocado a su pareja, puesto que ya lo había visto materializarse, pero la ira se transformó, ahora se había convertido en un intento de resignación. Aunque antes de que este llegara a interiorizarse, se tornó en una mera –justificación-, su mujer era una mujer que no hacía bien –su trabajo- y por ello después de tanta –incompetencia- como “hombre de empresa eficiente” le había tenido que tratar así para que –rectificara-.
De todas formas, esa misma tarde noche después de trabajar, él le regaló un ramo de rosas y en el centro una flor morada de Iris que contrastaba perfectamente con el envoltorio plateado y el lacito verde del ramo. Ella, las colocó en un jarrón que le habían regalado en su boda, junto con unas aspirinas –para que aguanten más las flores-. Todo parecía “normal”, pues el ambiente se relajó y transcurrió lo que quedaba de día con normalidad.
No se daba cuenta, pero ya era el pájaro que no podía escapar de su jaula o al menos eso pensaba. Esta situación, se repitió otras dos veces en los meses venideros. Ahora era una mujer más oprimida con más miedo, pues ya en su cabeza aparecían otras necesidades que –sólo su pareja las podía aportar-, su Antonio trabajaba y traía dinero a su casa; ya con cuarenta y pico –donde iba a ir ella-, era una “mujer de su casa”.
Volvemos a nuestra Ana de las 14:22h, aquella que estaba sentada en su sofá cabizbaja pero a la vez resignada, esperando la hora de la comida para comer con su pareja, y ahora pasa de nuevo por la puerta Antonio, pero hoy por el hueco de la puerta no hay reflejo del sol, el día está nublado y cada vez más cerca se ve la luz de la tormenta, ella está en su casa, entre sus paredes y techo –¿qué más le puede faltar?, ¿qué más puede pedir?-…
Este es nuestro artículo, como podéis comprobar no tiene mucho de derecho, al menos eso parece, pero queríamos tocar esa visión real del maltrato hacia la mujer con una breve historia, para enfocar el problema y a la vez en el próximo capítulo...como dirían en nuestras conocidas series americanas, hacer hincapié en las consecuencias legales que acarrearía la actitud de nuestros Ana y Antonio.
¿Tendría nuestra Ana alguna posibilidad a efectos legales de poder defenderse de la actitud de Antonio?
“En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres y en las cuales se orientan mejor con menos luces.” Gabriel García Márquez (1927-2014) Escritor, editor y periodista colombiano.
* Para la realización de este artículo ha colaborado:
- Catalina Fuster Bennasar, psicóloga, Colegiada CM-01449. Miembro de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de la Psicología de Castilla-La Mancha




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