Ríos de tinta han corrido ya sobre todo lo sucedido con la compra de las mascarillas. En su día por lo que había pasado en Madrid, ahora el centro es el ministerio de transportes de la pasada legislatura. No voy a pronunciarme más allá de la repulsa que me supone saber que cuando peor lo estábamos pasando hubo quien vio un filón para lucrarse. Hay una justicia que está investigando, señalar o prejuzgar es algo que no nos corresponde como sociedad. Hablo de los casos concretos. Sin embargo si me voy a pronunciar sobre el motivo por el que este tipo de cosas pasan.
En primer lugar hay que reconocer que en aquel momento, que parece que se nos ha olvidado, hubiésemos pagado lo que fuese por tener medios. Démosle a los políticos el margen de la duda. Pueden haber errado sin mala intención en la compra porque eran necesarias. Otra cosa y es lo que la justicia está investigando es si hubo alguien que se benefició por lazos familiares o puesto privilegiado en la política.
Sin embargo hay que analizar mucho más. Hace un año largo en una entrevista que me hizo Julián Camacho, amigo y gran periodista, me preguntó si estaría dispuesto a entrar en política. Yo contesté que en aquel momento no, que yo tenía una concepción de la política diferente a la que estaba observando. Cada día estoy más convencido de que entrar en política es necesario, pero muy perjudicial para la salud de quienes la enfrentamos como el arte de servir a los ciudadanos. Por eso muchas personas prefieren, o preferimos, estar fuera para no estar día tras día enfrentándose a sus compañeros/as. Lo he dicho más veces, no sólo en el programa “Cuéntame” de ImásTV, sino también en la tertulia de dicha cadena. Casos como los que estamos viendo es el resultado de entender la política como el arte de colocar a los amiguetes cerca, tengan o no conocimiento de lo que asesoran.
En el segundo caso están las personas que desde la infancia, con el carnet en los dientes hacen el papel de “corre, ve y dile” que con el tiempo se transforma en algún escaño, delegación o puesto de confianza. Sin más experiencia que ser una persona revoloteadora alrededor de los órganos de dirección con la suerte de que su servidumbre se consolide con un puesto. Por cada persona así que entra en política hay una persona que se queda fuera porque tiene otra concepción política. Además eso provoca que el electorado vacile a quien votar y pueda moverse a un lado o a otro. Esta forma de actuar es gasolina para los populistas.
Cada partido tiene unos cauces internos para mostrar posturas similares o dispares, pero una vez fuera de éstos la honestidad y lealtad con el partido debe ser máxima. Pero en ambas direcciones. Cuando se discrepa, dentro de un dogma político, no quiere decir que haya que ser enemigos. Una vez que se acaban los congresos hay que complementarse. Cuando los partidos entiendan eso verán que cada vez llega más gente con una idea de la política diferente a todas esas personas que buscan cualquier desgracia social para beneficiarse, legal o no.
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