Si te pega, no es hombre ni te merece, pero tampoco es género.

Antonio Román Sánchez

Filósofo

Lunes, 08/07/2013 | Nacional | Portada

 

Afirmaba Voltaire que la cultura no suprime la barbarie, la perfecciona, tal vez por ello, el progreso moral camina con el paso cambiado respecto del científico y tecnológico.

Las sociedades occidentales proclaman y exigen tolerancia cero a la violencia contra la mujer bajo la denominación de machista o de género. Pero, ¿es acertada esta definición?

La literatura antropológica ha definido como violencia de genero, aquella que se practica contra la mujer para subrayar que la cultura ha edificado una construcción social que no deriva de la naturaleza humana. Este concepto pretende combatir el maltrato psicológico, el abuso personal, la explotación sexual y la agresión física a la que se ve sometida la mujer.

En síntesis, es una estrategia que pretende erradicar la perpetuación de relación de poder y de sumisión entre hombres y mujeres al considerar que ha sido la cultura como medio de adaptación biológica del ser humano, la que ha consolidado los roles sexuales en la sociedad y establecido lo que denominamos patriarcado o machismo en lenguaje popular.

En Viena, en  1993, la ONU discriminó positivamente los derechos de las mujeres y declaró expresamente que  la violencia contra ellas era una violación de los derechos humanos. Y en 1955 definió que la violencia contra la mujer es “todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psíquico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada”.

El concepto de género se introduce pues, con la pretensión de distinguirlo del  sexo biológico, para subrayar que la construcción femenina y masculina son producto de la sociedad, y acotarlo  frente a las diferencias que produce la propia naturaleza humana.

    

La violencia contra la mujer se conceptúa como un aprendizaje adquirido por la endoculturación o socialización y se basa en dos pilares: la misoginia, que es la aversión u odio a las mujeres; y el sexismo, que es la convicción de que su misión en la vida es estar en casa con la pata quebrada.

La violencia doméstica o violencia de pareja es la expresión más frecuente de la violencia de género. Es violencia producida en el seno de la familia, del matrimonio, pero va más allá pues incluye a parejas que conviven sin ataduras legales, parejas que no han iniciado la convivencia y parejas que se han separado.

En resumen, la finalidad es la eliminación de barreras culturales que han permitido consolidar el paradigma del patriarcado, o machismo a lo largo de la historia.

Considero oportuno definirla como violencia masculina contra la mujer para diferenciarla de todo tipo de violencia que se produce entre los seres humanos como resultado de sus relaciones afectivas o de filiación: el hijo que maltrata a la madre o padre; el padre o madre que maltrata a sus hijos; la mujer que maltrata a su marido o pareja y los maltratos habidos en el seno de parejas de homosexuales tanto de hombres como de mujeres y cualesquiera otras formas de maltrato que se producen en el seno del hogar entendido como lugar de convivencia.

Insistimos en la idea de  que el concepto de violencia de género nace con la pretensión de luchar contra los mecanismos que han permitido perpetuar la superioridad del hombre frente a la mujer por su mera condición de serlo. Pero subrayando que es la violencia hacia la mujer entendida como pareja, como objeto de posesión, como la parienta, la legítima, novia, compañera, etc. en el marco de una relación heterosexual.

 Es decir, que la violencia de género no es de aplicación a la mujer compañera de trabajo, mujer homosexual respecto de su partenaire, la padecida por el varón a manos de su pareja, ni la violencia entre parejas homosexuales.

 

 La expresión violencia de género requiere para comprender su dimensión,  de información, no es un concepto intuitivo porque en nada tiene que ver con el género gramatical ni con el sexo biológico. Ni pretende que los diccionarios incluyan nuevos vocablos como miembra.En otras palabras, el concepto de género, aspira a la igualdad efectiva entre hombre y mujer.

 El lenguaje políticamente correcto establece paradigmas que se encargan de consolidar los medios de comunicación, y terminan por generar confusión cuando tildan por ejemplo, de violencia de género, el homicidio de un varón homosexual a manos de su amante.

 Lo esencial desde el punto de vista del progreso ético es la persecución de la igualdad efectiva en aras a las oportunidades, salarios, reparto de tareas, educación, custodia de hijos y cualesquiera otras formas de desigualdad que aún pudieren persistir en la sociedad.  Se trata de eliminar barreras y obstáculos en aras de la igualdad adjetivada (oportunidades, salario, derechos...), no de pretender que el nuevo hombre sea femenino ni de que la mujer masculinice su vida. Y por supuesto establecer mecanismos legales para luchar contra el maltrato psicológico, el abuso sexual y la agresión física a la que se somete a la mujer.

 Concluimos convencidos de lo inapropiado de la terminología violencia de género. Es más sencillo y pedagógico emplear violencia masculina contra la mujer en consonancia con la vieja aspiración egipcia permanentemente vigente: la palabra exacta, con el tono justo.

 

  Antonio Román Sánchez. Escritor por vocación, filósofo por devoción y caminante por afición.

Trabajo en la Administración Central.

Manchego de nacimiento y de corazón

 

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