A ver, a ver... Mesa más o menos en orden. Bueno, más bien menos que más. No hay manera de que mi desorden entre en orden por más que se lo pido. Portátil encendido y preparado, unos post-it que me recuerdan lo que no debo olvidar (ideas, directrices, esquema de guión, pinceladas básicas de los personajes)... Escribir mis obras, artículos, redes sociales, notas de prensa... !Ambiente de trabajo listo!
Camisa, pantalón de tela, zapatos siempre limpios (que luego me regaña mi estilista, vamos, mi madre), y por supuesto, la imprescindible corbata. Elegancia y personalidad ante todo. Actuaciones de mi grupo de teatro, eventos que debo visitar, entrevistas, reuniones de curro... ¡Vestuario y planning listos!
Escenario en buenas condiciones. A veces más grande, a veces más pequeño (hay que hacerse a lo que sea)... Sonido, luces, decorados... Semanas de ensayos intensivos, nervios, emociones a flor de piel. Comienza la función. ¿Aplausos?... ¡Aplausos! Críticas después, please... ¡Ahora estoy con el subidón!
Esta es mi vida en los últimos 3 años y medio. Una vida estresante para unos y fascinante para otros. Para mí es una mezcla de ambas. Me llamo Juan Martín y estoy trabajando muy duro para llegar a ser un autor y director de teatro profesional. Ahora lo soy de teatro aficionado, que en muchos casos tiene la misma o mejor calidad que el profesional. Considero que estoy, mi grupo de teatro “Los Bichos de Luz” está, en un punto intermedio, ni aficionado ni profesional, aunque claro, como en esta sociedad siempre tienes que estar etiquetado y clasificado, al no ser todavía profesionales nos catalogan de aficionados. Uff, que lío... En fín, ustedes ya me entienden... ¿no?
El camino es largo, complicado (acabo de utilizar un eufemismo) cuando está lleno de tinieblas y los problemas te persiguen para acabar siendo más rápidos que tú. Pero ojo, también es increíble, inolvidable y fantástico cuando el público te premia, la gente alaba tu trabajo y un niño que no conoces te abraza después de disfrutar de la historia que le acabas de mostrar en escena (esto me ha pasado y puedo asegurarles que es algo que nunca olvidaré).
Hay mucho que contar, de lo que hago y lo que veo, pues todo nutre y hace evolucionar a un artista, y es precisamente esto lo que me propongo hacer en esta humilde sección: narrarles a ustedes mi devenir en esta búsqueda diaria de mi santo grial particular, introducirles de algún modo en mi mente y mostrarles lo que me apasiona. Y lo que no.
Sí, soy consciente de que ahora no está el horno para bollos, que el ébola y otras preocupaciones nos quitan los anhelos, y lo que es peor, la salud. Pero por eso ahora es más importante que nunca el arte. Por eso es necesario mostrar que hay un maravilloso mundo por descubrir y explorar. Por eso es vital recordar que hay ventanas que se abren cada amanecer a paraísos hechos de sueños e ilusiones.
Quedan invitados pues a mi ventana. Quizá se pregunten porqué le he puesto el nombre de “Crónicas de un Espantapájaros”... Porque eso es lo que fui, un espantapájaros observador, meditativo y silencioso, que durante largo tiempo contemplaba la vida desde su maizal, sin tomar partido, hasta que un día, decidió saltar y emprender el sendero que llevaba al destino que le esperaba, que nos espera a cada uno de nosotros. Estas serán, por tanto, mis crónicas personales, acertadas en mayor o menor medida según la ocasión... Por si acaso, no se las tomen demasiado en serio ya que no pretendo sentar cátedra, aunque reconozco que me encantaría que ustedes se sintieran identificados con ellas. Aquí les espero. ¡Ah, entren sin llamar! ¡Hay sitio para todos!