Mi viaje a Bangladesh, algo más que un viaje, una experiencia y un punto de inflexión en mi vida, por Pablo Alonso Salazar
Esas sonrisas de esos niňos que parecen imborrablesObjetivo CLM / Pablo Alonso Salazar Ni soy escritor ni tengo una editorial. Soy empresario, abogado, y mi día a día está entre miles de papeles y reuniones con clientes. Y sí, soy el responsable del proyecto ‘No me gusta la verdura’. Es un cuento solidario escrito con mucho cariño que cuenta la historia de cuatro amigos que aprenden a través de su propia experiencia la importancia de ayudar al prójimo.
Mi empresa nació, como cualquier otra, para que tanto yo como mis trabajadores pudiésemos tener un sustento y progresar. Pero desde el principio, decidí implantar lo que llamo ‘sinergias de los valores’. A través de nuestra experiencia, vamos creciendo como personas.
Y con ello me he dado cuenta que además del servicio que presta el abogado a sus clientes, debemos salir fuera a ver lo que pasa en el mundo. Yo lo he hecho, seguro que como muchos otros. Me he desplazado hasta Bangladesh para ver cómo marcha el proyecto hacia el que van destinados todos los fondos derivados de la venta del cuento. Se trata de la construcción de una escuela para los niños de las plantaciones de té de la región de Moulovibazar.
Allí no hay pobres y ricos. Hay muy pobres y esclavos. Las familias que trabajan en las plantaciones de té viven en situaciones de total esclavitud en pleno siglo XXI. Por mucho que se lea, por mucho que se vea en televisión o por mucho que yo cuente, jamás se entenderá lo que hay allí sin visitarlo. Porque yo no lo había hecho, a pesar de ser parte del proyecto. Ahora, la concepción de todo ha cambiado.
Aunque la mano de obra allí es muy barata, tanto que las empresas ni se plantean la mecanización, la construcción es de un alto precio. Allí, en esa región de Bangladesh, por no haber, no hay ni piedras. Tienen que importarlas, y de ahí que el precio sea tan elevado. Pero el trabajo de los Hermanos Maristas ya está dando sus frutos. El complejo educativo ya está en marcha y está la estructura de varios edificios. La escuela que financiará ‘No me gusta la verdura’ ya tiene su terreno y su proyecto aprobado.
Las familias no tienen opción de salir de ese estado de esclavitud. De hecho, en 150 años, ningún hijo de familia que trabaja en esas plantaciones ha logrado completar los estudios superiores. Por lo tanto, creo que esto no es una lucha solidaria más, es una rebelión contra la esclavitud.
Aun así, lo que más me ha llamado la atención es que los niños, aun sin derechos, sin comodidades y, a veces sin salud, nunca pierden la sonrisa. Por eso creo que se merecen un futuro fuera de ese entorno, en el que puedan progresar. Por eso me embarqué en este proyecto que lideran los Hermanos Maristas en Bangladesh con una labor esencial, con la ayuda de ONG’s como SED o con la de proyectos como el de ‘No me gusta la verdura’.
Este no es el mejor proyecto solidario ni el que más va a recaudar, porque mi intención es terminar de vender los 10.000 libros que se imprimieron. Pero habiendo visitado las obras, sé que la escuela que comenzará a construirse en enero va a ser el vehículo para que muchos de los niños que estudien allí abandonen el camino de la esclavitud. Lo harán con una sonrisa, una de las pocas cosas que no les pueden quitar.
Pablo Alonso Salazar
El cuento solidario puede adquirirse a través de las web http://www.sed-ongd.org y www.globalgestioninnovation.com o llamando al 923 231 164.
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