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    Angélica Sánchez
    Cronista de lo desapercibido

Piropopo piropo piropopero

“¡Morenaza! Vaya pedazo mujer que ya quisiera yo tener…” Cuando Candela camina por la calle no hay día que no reciba un piropo de un desconocido

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Objetivo CLM - Angelica Sánchez
Lunes, 19/01/2015 | Nacional | Portada, Opinión

“¡Morenaza! Vaya pedazo mujer que ya quisiera yo tener…” Cuando Candela camina por la calle no hay día que no reciba un piropo de un desconocido. Si es de noche, el número de piropos recibidos aumentan aritméticamente al compás del paso de sus tacones por el suelo de los bares, tantos, que si los fuese guardando dentro de su bolso como si de rubíes se tratasen, acumularía tal cantidad de piedras preciosas rojas carmesíes que podría alicatar los diecisiete cuartos de baño de la Preysler y hacerse más rica que la susodicha y Porcelanosa juntos. Candela, lejos de ponerse más roja que un tomate cuando la piropean, hace oídos sordos, cierra los párpados, suspira y continúa su camino diciéndose a sí misma: “Este tío es tonto”.

Candela es alta, morena y curvilínea, de ojos almendrados y labios carnosos. Se puede decir que es guapa o al menos, cumple con algún canon de belleza existente dentro de los miles de cánones establecidos a lo largo de la Historia de la Humanidad, porque haberlos, haylos para todos los gustos y colores. A ella no le preocupa serlo o no porque como mujer inteligente que es, es consciente de sus defectos y virtudes, sabe convivir con ellos porque ha aprendido a congeniar con sus cualidades físicas, emocionales y morales, se siente segura y lo único que le preocupa es estar bien consigo misma porque sabe que cada persona es un mundo y que las preferencias estéticas son un invento. No le preocupa ser guapa o no. Es como es. Sabe que gusta a algunas personas y a otras no. Lo que le preocupa es la falta de educación.

 

 

Sí, de educación. Porque cada vez que a Candela le lanzan un piropo no entiende a cuento de qué ese desconocido se toma la licencia de exaltar a los cuatro vientos sus cualidades (cualidades físicas, claro, porque desconociéndola, ya me contará qué otra cosa va a exaltar) como si de un coche se tratase… Vamos, ni eso. Aún no he visto a nadie por la calle gritando a voces ojiplático perdido y semibabeante “¡Madre míaaaaaa qué Lamborghini! Pero qué pedazo faros tienes… ¡Te los encendía tós! Si te pilotase te ibas a enterar de lo que es acelerar… Estás tan potente que te voy a meter  tó kilómetros menos miedo!” ¿Alguien sí? Porque Candela tampoco lo ha visto. Por eso cuando ella recibe alguno en cierto modo se siente cosificada, como un objeto, porque no entiende qué resorte o mecanismo se ha puesto en marcha dentro del piropeador para que se dirija a ella así sin conocerla; entonces, tiene dos opciones: girarse e increpar al lanzador de piropos o hacer oídos sordos. Candela, como mujer inteligente, ensordece y sigue caminando porque si le contesta, lo único que obtendrá por respuesta será un “Si no estás para mirarte, estás para cagarte… ¡Será amargá la tía!”. Toma del frasco, Carrasco. Vamos, que si contesta es peor el remedio que la enfermedad.  

 

Hace poco quedé a tomar un café con ella y le comenté si había leído la noticia que salió hace unas semanas, la de erradicar los piropos por ser invasión a la intimidad de la mujer y, ¿sabéis cuál fue su respuesta? Ella no cree que sean un delito como en Bélgica, donde multan por piropear, ni que se deba poner un policía detrás de cada piropeador, más que nada porque no daría abasto el señor agente para tanta multa… Es cuestión de educación. Como casi todo en la vida, las cosas en un contexto adecuado, con la educación necesaria, siendo ingenioso/a y no siendo grosero, son aceptadas y aceptables. Los piropos groseros son insultos, no son halagos ni una alabanza, ni mucho menos una flor; son algo callejero, chulesco, burdo, soez, algo irrespetuoso cargado de erotismo cutre-salchichero de otros tiempos, algo anacrónico que ni gusta ni se le encuentra la gracia mire por donde se mire. La clave está en quién lo dice y qué dice, porque no es lo mismo un piropo que un halago ni un desconocido que alguien cercano o con cierta confianza. Incluso añadiría el cómo y para qué lo dice, porque también habría que analizar el tono en que se dice y con qué intención, que un piropo y un halago no es lo mismo en su finalidad: el piropo puede humillar; el halago, gustar y a veces, emocionar...  La miré, sonreí, y le di toda la razón diciéndole: “Mira que eres guapa por fuera, pero lo eres mucho más por dentro”. Nos miramos, rompimos a reír y entre carcajadas, un “¡calla, calla, que me emocionas!” y dos cafés más, pasamos la tarde como dos buenas amigas de la infancia, amigas de las que nunca te cansas de aprender y halagar, porque esos halagos son de los que gustan y son de verdad.

 

 

Mi amiga Candela además de alta, morena y guapa, es una mujer inteligente, de carácter, pero sensible. Y sé que de existir piropos “interiores”, preferiría aquellos que ensalzaran su gran corazón, su generosidad y la ternura que esconde. Halagos y cosas bonitas, si es de gente que la aprecia y la quiere, todos son bien recibidos, aunque a veces se haga la tonta o diga que son “peloteos” y no se los cree (esto lo hace por timidez, por eso cambia de tema o hace alguna broma al respecto, porque si se dejase, le saldrían rubíes carmesíes de las mejillas), porque yo sé que le gusta que esas cosas bonitas se las digan.   

 

Por cierto, el mejor piropo que he oído ha sido: «Eres un ángel que se ha caído del cielo». Normal, teniendo este nombre… Qué menos que aceptar un halago alado.   

 

Pd. “Lisi, estáme diciendo la memoria

que, pues tu gloria la padezco infierno,

que llame al padecer tormentos, gloria.”

¡Esto sí que es un piropo y lo demás son tonterías! Ay Quevedo, Quevedo… Si tu ingenio reencarnase, otros gallos piropeadores cantarían… 

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