En el “Universo de las pequeñas cosas” existen objetos y acciones que por costumbre o inercia pasan desapercibidas. Por ejemplo: Comer una naranja. LA NARANJA: ESA GRAN DESCONOCIDA
Instrucciones para comer una naranjaObjetivo CLM - Angelica Sánchez En el “Universo de las pequeñas cosas” existen objetos y acciones que por costumbre o inercia pasan desapercibidas. Por ejemplo: Comer una naranja. LA NARANJA: ESA GRAN DESCONOCIDA. Porque, parece una fruta de andar por casa, simplona si la comparamos con la reina de los fruteros que habitan en nuestras cocinas y su reinado semanas antes de Navidad, la piña o el exotismo tropical que anhelamos con los fríos de diciembre, hecho realidad. Todos nos acordamos de la naranja cuando barruntamos resfriado o cuando en plena cena de Nochevieja te das cuenta que (¡oh, my God!) no has comprado “salsa rosa” para el cóctel de mariscos y recurres al sempiterno truco del chorrito de zumo de naranja en la mahonesa para salir airosa del apuro pero, ¿la naranja es tan simplona como creemos? Yo creo que no. Es una fruta misteriosa y como tal, es preciso seguir unas rigurosas instrucciones antes de proceder a su ingesta.
El protocolo creado para degustar una naranja dicta que ha de hacerse con cuchillo y tenedor mientras se hace el pino-puente-más-difícil-todavía, algo que resulta muy "chic" y glamuroso si además vistes “tiros largos” y charlas con los demás comensales con pose mayestática poniendo boquita de piñón "C'est très chic, mon petit chéri!". Los protocolos y las reglas, si están, son para saltárselas. Al menos una vez, por la sensación de rebeldía y libertad que se siente. Quizás por esta razón prefiero comer naranjas con las manos. Para comer una naranja se precisa poner los cinco sentidos: primero la miras, observas su color, su forma redondeada y la textura de su piel que una vez acariciada, la atraes hacia ti un poco más dejándote atrapar por su aroma intenso, intentando retenerlo abriendo al máximo el pecho una primera vez, algo imposible, siendo una segunda y tercera vez necesarias, intentando no olvidar ese aroma tan dulce. En ese momento surgen dos sentimientos: uno que te sugiere que no lo hagas, si la abres pierde el perfume de su piel; y otro, mucho más ávido y lujurioso que te incita devorarla.
Este duelo sensitivo gana el dejarse llevar, volver a tocarla tras ese impasse cautivador y, acariciarla antes de desprender su capa naranja suavemente, con delicadeza y sumo cuidado evitando que se rompa, ir desnudando poco a poco para volver a detenerse y mirar. Y sonreír, porque se va a disfrutar… Y comenzar el ritual preliminar antes de adentrarse al separar sus gajos: cerrar ojos, entreabrir labios, respirar hondo y ¡rasssssssss!... Escuchar ese susurro casi imperceptible que dura apenas un segundo, es uno de los placeres que al descubrirlo produce escalofríos por la espalda. Después de tocar, mirar, oler y escuchar, hay que probar el primer gajo, el decisivo para continuar comiendo o no. Por eso hay que degustarlo sacando su jugo, cerrar los ojos para disfrutar tan sublime momento, tomarse su tiempo y sentir ese placer instantáneo como cuando se besa unos labios, sintiéndolos frescos, jugosos y dulces porque, unos labios y unos gajos tienen más similitudes de las que imaginamos. Por eso, este momento tan íntimo, el comer una naranja con las manos, me gusta hacerlo con el mínimo de espectadores posible. Incluso a solas, porque puede resultar un tanto escandaloso e irreverente, algo así como cuando haces algo a escondidas y lo haces por el placer de estar prohibido y sabes que te van a “pillar”… Porque las pruebas del delito de un "beso cítrico" son evidentes.
Si en este momento me quisieran sorprender con las manos en la masa, me declararía culpable. O no. No hace falta decir nada. Mis manos me delatan… Huelen a naranja. |
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