Hay personas que cumplen todos los requisitos para convertirse en protagonista de una novela y viven tranquilamente sin ser conscientes de ello. Personas que no son famosas ni aspiran a serlo, ni siquiera marcan sus objetivos para obtener un gran reconocimiento, simplemente hacen cosas excepcionales, originales y únicas que les engrandecen
El señor de la pajaritaObjetivo CLM - Angelica Sánchez Hay personas que cumplen todos los requisitos para convertirse en protagonista de una novela y viven tranquilamente sin ser conscientes de ello. Personas que no son famosas ni aspiran a serlo, ni siquiera marcan sus objetivos para obtener un gran reconocimiento, simplemente hacen cosas excepcionales, originales y únicas que les engrandecen. Son esas personas que aparecen como actores “extra” en nuestra película rutinaria, esa que comienza desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, hombres y mujeres que se cruzan en el trayecto desde la puerta de casa al trabajo o cruzas tu camino con los suyos todas las mañanas, tardes o noches durante los siete días de la semana y aunque desconozcas su nombre, donde vive, a qué se dedica, si es más de playa o montaña o si le gusta más la tortilla de patata con o sin cebolla, lo consideras más familiar y cercano que tu primo lejano australiano… Como el señor de la pajarita. Todos los días cuando cogía el bus de las 14.35, 15.10 ó el de las 22.15, el de ida o de vuelta dependiendo del turno laboral que tocase en esa semana, encontraba algo que rompía el esquema habitual de mis viajes en autobús, algo que iba más allá del saludo rutinario al conductor o encontrar las mismas caras a la misma hora, algo tan simple y extraordinariamente chocante en este contexto anodino como lo es encontrar una pajarita de papel. La primera vez que la encuentras te sorprende, porque lo último que te pasa por la cabeza después del momento “Día de la marmota” de esperar autobús, subir escalerillas, saludar conductor, “unoporfavor-unocondiez”, esperar que esté libre tu asiento favorito (ese que está al principio del pasillo a tres pasos del conductor, a la izquierda si miras al fondo, a la derecha si miras en sentido en el que marcha el autobús), buscarlo, encontrar que está vacío, alegrarte tontamente por eso, sentarte, sentirte la persona más suertuda del mundo por sentarte y mirar por la ventanilla, es bajar la mirada del “ROMPER EN CASO DE INCENDIO” y encontrar en el borde de la luna una pajarita de papel mirando el paisaje. Maravilloso. Sencillamente, maravilloso. Entonces sonríes, te reconcilias con el mundo por haber encontrado algo excepcional saltándose las reglas establecidas de tu aburrido viaje, haces sonar el timbre solicitando parada, llegas a tu destino, bajas las escalerillas y vuelves a casa más feliz que una perdiz por ser la primera y probablemente, porque la probabilidad matemática nunca falla, la única vez entre un millón que te encuentres en el bus una pajarita de papel. Pues no, las matemáticas y sus probabilidades fallan y lo que creías excepcional y único, ha hecho hueco en tu día a día preguntándote “¿qué tal te ha ido hoy?” justo después del “fsssss-plum” tan característico del cierre de puertas previo a la puesta en marcha del viaje. Entonces te sorprendes a ti misma pensando qué pensarán los demás pasajeros, el conductor y la gente que pasa por la calle de ti, de esa chica que sonríe embobada mirando fijamente un simple trozo de papel, algo que sinceramente te da igual porque lo que ellos no saben es que ese simple trozo de papel está ejerciendo el gran poder de hipnotizarte rompiendo tu rutina, de evadirte del mundo haciéndote preguntas que nunca hubieses imaginado plantearte en el autobús de camino al trabajo o de vuelta a casa: ¿una pajarita? ¿qué hace una pajarita en un autobús? ¿quién las hace? ¿por qué las hace? ¿por qué una pajarita y no un barquito? Todo un surtido de preguntas y otras más transcendentales provocadas por… ¿un simple trozo de papel? No, la grandeza de esta obra de papiroflexia no está hecha con un papel cualquiera no, está fabricada con un billete de autobús. ¡Con un billete de autobús! Este nimio detalle daría respuestas a todas mis preguntas ó concretaría el rastro a seguir para resolver el enigma de las pajaritas, con sólo ver la hora en que se compró el billete cada día podría dar con la solución… Incluso podría dar respuesta preguntando directamente al conductor, porque los conductores de autobús conocen a los viajeros habituales y estoy segura que conoce perfectamente quien las hace, porqué las hace y que más de una vez lo habrá espiado mirando por el retrovisor mientras las hacía. Fijo. Sin embargo, preferí o no resolver el misterio por completo para seguir imaginando el origen de esta pequeña cosa sencilla y alimentar mi imaginación día tras día. Aunque hubo uno, no recuerdo por qué motivo, en el que cogí a deshora el bus y mi asiento favorito estaba ocupado. Miré quién lo ocupaba y observé un señor mayor de mediana estatura y pelo cano que llevaba gafas. A primera vista parecía cabizbajo por algún motivo pero no, estaba muy entretenido haciendo algo. Curiosa de mí, bajé la mirada hacia sus manos, vi que el señor miraba y remiraba el billete, lo volteó un par de veces (¡oh, cielos!), comenzó a plegar el diminuto trozo de papel con pausada precisión (¡no puede ser, no puede ser!), un piquito aquí un piquito allá (¡ya lo tengo, ya lo tengo!)…, y en lo que duran cinco minuciosos pliegues, había una pajarita reinando la ventanilla derecha del pasillo (¡sí! ¡es él!). Fue tanta la alegría de descubrir la respuesta a mis preguntas que estuve a punto de darle las gracias, sí, a puntito estuve… Aunque la emoción o la vergüenza de que el señor mayor me tomase por loca hicieron que sonriese hacia dentro, observase cómo el señor bajaba en su parada y dijese adiós a todas las respuestas de mis dudas. Hace unos días tras bastante tiempo sin utilizar este medio de transporte, volví a subir a un autobús. La casualidad o la causalidad, nunca se sabe cuál de las dos es la que se entretiene jugando con nuestros destinos (posiblemente sean ambas), quiso que mi asiento favorito esperaba que lo sentase y que al mirar por la ventanilla, me topase de nuevo con ella, la pajarita. Le conté esta historia a mi acompañante, saqué el móvil para inmortalizar el reencuentro ornitológico-papirofléxico y al bajar, la cogió y me dijo «Llévatela». La cogí, miré con cariño ese diminuto trozo de papel transformado en ave y la liberé de mis manos posándola en su sitio en el borde de la luna, para que siga mirando el paisaje por la ventanilla, haciendo feliz a quien la encuentre. Esta historia es verídica y si alguna vez queréis saber qué se siente al encontrar algo tan sorprendente dentro de la cotidianeidad, subid en el autobús de la línea 3 y fijaos en la ventanilla derecha de los asientos del pasillo o mirad en el suelo, porque puede que la pajarita viajera esté esperándoos y os invite a volar hasta la próxima parada…
Pd. Si algún lector identifica su padre, abuelo o tío con el señor de las pajaritas o conoce a alguien que lo conozca, por favor, dadle las gracias. Personas anónimas como él que hacen felices a lo demás sin proponérselo y con gestos tan pequeño como éste, merecen reconocerles este mérito… Como al “hombre de la manzana” o al “chico de los abrazos”…
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