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    Angélica Sánchez
    Cronista de lo desapercibido

Doce uvas y un nanosegundo

Existe un breve, minúsculo, ínfimo espacio en el que se detiene el tiempo y por arte de magia entras en un limbo espacio-temporal que no es de un año ni de otro, en el que estás sentada frente a frente al año saliente y abres los brazos para recibir el año entrante. Instante en el que la mente se queda en blanco, olvidas lo pasado y esperas lo nuevo, como si tu vida cambiase a la duodécima uva que intentas meter a presión en la boca

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Objetivo CLM - Angelica Sánchez
Lunes, 05/01/2015 | Nacional | Portada, Opinión

Existe un breve, minúsculo, ínfimo espacio en el que se detiene el tiempo y por arte de magia entras en un limbo espacio-temporal que no es de un año ni de otro, en el que estás sentada frente a frente al año saliente y abres los brazos para recibir el año entrante. Instante en el que la mente se queda en blanco, olvidas lo pasado y esperas lo nuevo, como si tu vida cambiase a la duodécima uva que intentas meter a presión en la boca.

 

Me encanta. No creo que haya mejor momento para ponerse transcendental que comiendo uvas a dos carrillos vestida de tiros largos al son de las campanadas de un reloj, aunque realmente el estado profético-filosófico comienza una semana antes haciendo balance del año vivido a modo reportaje-resumen a lo “Informe semanal” y planteando propósitos para el siguiente, auto-engañándote,  haciéndote creer que este año sí, lo vas a conseguir. Y claro que lo vas a conseguir, pero no tiene por qué plantearse estos cambios en el último segundo del año si tienes trescientos sesenta y cinco días restantes para realizarlos; pero no, nos gusta el riesgo y preferimos escribir una lista de buenos propósitos como si no hubiese mañana y el nuevo año entrase por la puerta diciendo “¡Eh tú! Los papeles de los propósitos…” y te pillase en paños menores y los deberes sin hacer.

 

Mi balance anual suele ser el de todos los años, resumido en tres frases: “Lo hecho, hecho está”, “A lo hecho, pecho” y “Siempre se puede mejorar”. No suelo quebrarme la cabeza porque recordar lo bueno está genial, pero me da miedo que se borren de la memoria de tanto recordarlos;  y los malos, no me gusta pensarlos mucho por temor a no olvidarlos. Y  los propósitos, dejé de redactarlos hace años porque me resulta frustrante no cumplirlos, así que, no me los planteo y disgusto que me ahorro.  Práctica, breve y concisa. Así que lo mejor es hacer un resumen rapidito, que una no puede perder el tiempo recreándose en “lo que pudo ser y no fue” y en “lo que fue y no pudo ser” del año teniendo  canapés y un cóctel de mariscos por preparar la última cena del año, oiga.

 

Resumen y propósitos no, pero lo que sí  me fascina de verdad, es anticipar el futuro, saciar la curiosidad y calmar el “qué va a pasar” buscando el horóscopo del año venidero. Me chifla. Cumplir, no sé si se cumplirán los diversos “futuros” pronosticados, pero es un pasatiempo muy divertido perder el tiempo leyendo unos y otros imaginando cómo será mi vida como si fuese la protagonista de una novela en la que la trama de la historia varía según la versión de cada vidente-astrólogo-profeta de turno… Pero de imaginar no pasa, porque lo extraordinario de este juego es no saber qué nos depara el futuro, es  dejar de lado las predicciones de otros y creer a ciegas en las predicciones propias, en esas en las que nos equivocaremos o acertaremos, nunca se sabe;  las que cada uno de nosotros creamos como escritores y protagonistas del libro de nuestras vidas  viviendo el presente y escribiéndolo día a día en un libro en blanco imaginario como si de un libro “Elige tu aventura” se tratase.

 

Fascinante. Un futuro fascinante. Y prometedor. Así viene 2015, repletito de historias y experiencias por desgranar. Como pitonisa, puedo prometer y prometo que así será… Como también predije que este fin de año no me las maravillaría fabricando la salsa rosa del cóctel de mariscos (este año sí recordé comprarla) y que 2015 me traerá en mayo un “tío” grande al que ya estoy queriendo y achuchando antes de su llegada.

 

Sea como sea, en ese breve, minúsculo, ínfimo espacio en el que se detiene el tiempo y por arte de magia entras en un limbo espacio-temporal que no es de un año ni de otro; en el que estás sentada frente a frente al año saliente y abres los brazos para recibir el año entrante; en ese instante en el que la mente se queda en blanco, olvidas lo pasado y esperas lo nuevo al tiempo que intentas meter a presión en la boca la duodécima uva; en ese nanosegundo de la última campanada, mi mente evoca esa canción que dice: “Estoy como nunca… Estoy acabando, de nuevo empezando la vida otra vez”.

 

Para todos y todas, mi deseo para este año es que estéis, estemos, como nunca (de bien).  

 

Feliz 2015 y “Virgencita, virgencita: que mejore como estoy”. 

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