Ángel López Jiménez
El último episodio lúgubre de nuestra decadente democracia han sido los 15 muertos en la frontera de Ceuta. Eran primero personas, después inmigrantes ilegales. Sólo un par de semanas antes la señora María Dolores de Cospedal había exclamado “o el PP o la nada”. Ante estos episodios se prefiere “la nada”. Y eso que la frasecita de marras es de lo más totalitario que uno pueda echarse a la cara. Estás conmigo o estás contra mí. Piensas lo que yo o no existes. La calle es mía y los demás un fantasma. Eres de los míos o un extraño sin patria. Entre el “PP o la nada” y las muertes de inmigrantes cuando nadaban hacia la costa hay cierta similitud: siempre hay disparos de pelotas de gomas, o eufemismos de goma, o discursos totalitarios y excluyentes de pelotas.
Los de mi generación deberíamos estar dando saltos de alegría con la actual derecha española: nos están haciendo más jóvenes con tanta vista atrás. Algunos científicos en busca de la medicación de la eterna juventud y resulta que están perdiendo el tiempo, lo resuelve un gobierno patoso que lo mismo lo meten a dar un mitin electoral en Turquía sin enterarse, o que proyecta una ley mordaza contra las libertades, o que intenta legislar para que la mujer deje de ser adulta o que impone una religión como asignatura evaluable.
Ya sólo falta que vuelvan los gobernadores civiles y el tribunal de orden público para que recordemos plenamente la rebeldía de nuestros 20 años. ¿De verdad nos vuelven más jóvenes? Podemos pensar que quien fue rebelde a los 20 puede ser rebelde cuarenta años después. El desafío parece imposible, pero nos están obligando a ello.
A los 20 años lo queríamos todo, la libertad, la autonomía, la justicia social y el bienestar. Éramos hijos de los incipientes medios de comunicación libres, de aquella naciente televisión y de todas aquellas revoluciones de las que nos hablaban, cuanto más románticas mejor.
Fuimos rebeldes y obtuvimos nuestra recompensa como respuesta a una energía encauzada y a unas emociones por descubrir un sistema político de aires nuevos. Aquella sociedad que queríamos superar se moría de aburrimiento, de miedos al tío del saco por las calles de nuestros pueblos o a la palabra expresada en el instituto o en la peluquería. Aquellos tiempos tuvieron una moral anticuada, represiva e hipócrita. ¡Me resisto a que nos manden al pasado!
Hoy, cuarenta años después, nos encaminan a esa moral hipócrita, a unos valores trasnochados donde la libertad colectiva o individual está enmascarada en el disfraz de los comunicados oficiales o los argumentarios partidistas. La excusa la han forjado en la herencia recibida, en la violencia de la oposición, en la crisis de las entidades financieras, en lo anticuado de lo público, en la corrupción de las palabras y los sobres. Ya no nos sorprendemos de nada, aunque igual nos empezamos a escandalizar cuando pillen a un político suizo con una cuenta en España.
Ante ello me temo que no podemos ser rebeldes por la revolución pero sí podemos ser rebeldes por la democracia. Podremos perder en esa rebeldía, pero si no lo intentamos es que ya hemos perdido. Tenemos que exigir que la economía de mercado esté dirigida por la democracia social y de derecho. La libertad no puede ser un privilegio para una minoría porque la mayoría esté agotada por la crisis y el desempleo.
Tenemos que ejercer la lucha democrática cuando nos quieren privatizar todo. Pero se equivocan. Ese es su error. No lo entienden. Estaremos en el rincón de “la nada”, pero no nos pueden privatizar nuestra dignidad de ciudadanos.
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