El 3 de junio de 1979 no fue un buen día para México. Aquel domingo, que en un principio se preveía tranquilo en la bahía de Campeche, el buque plataforma mexicano Ixtoc-1 derramó al mar 420.000 toneladas de crudo durante una exploración petrolífera en el Golfo. La empresa Pemex estaba perforando a casi 4 km de profundidad un pozo de petróleo cuando se perdió la barrena y la circulación de lodo de perforación, desestabilizándose toda la estructura y, en consecuencia, produciéndose una gran explosión de alta presión que provocó el llamado blowout. La marea negra se extendió en un área de 1.600 km2 y afectó durante más de un año a las costas mexicanas y estadounidenses. Las consecuencias fueron catastróficas.
El 3 de diciembre de 1984, una fuga de isocianato de metilo y otros gases tóxicos a la atmósfera en una fábrica de pesticidas de Bhopal, en la India, se convirtió en el mayor desastre medioambiental en Asia hasta el accidente nuclear de Fukushima en marzo de 2011. Se estima que entre 6.000 y 8.000 personas murieron en la primera semana tras el escape tóxico de Bhopal, y al menos otras 12.000 fallecieron posteriormente como consecuencia directa de la catástrofe, que afectó a más de 600.000 personas. Todo el entorno del lugar del accidente quedó seriamente contaminado por sustancias tóxicas y metales pesados que tardarán muchos años más en desaparecer. Union Carbide, propietaria mayoritaria de la planta química, nunca respondió por los daños causados.]
El 22 de diciembre de 2008 le tocó el turno a Tennessee, EE.UU., al romperse el muro de contención de desechos de su planta termoeléctrica Kingston. Más de 4.000 millones de litros de lodo mezclado con la escoria de metales pesados y materiales tóxicos se desparramaron aquel día hasta cubrir 1.300.000 m2. Las muestras de agua en el río Emory han revelado la presencia de arsénico, bario, cadmio, cromo, plomo y mercurio, todos ellos contaminantes potencialmente nocivos tanto para el hombre como para el resto de seres vivo que habitan la Tierra.
Por otro lado, el demoledor impacto ambiental que genera la producción de aceite de palma para la producción de alimentos, piensos, cosméticos y biodiesel está acabando con todos los bosques de Indonesia, lo que acrecenta los movimientos de ladera mortales, la escasez de agua para el abastecimiento de la población, la contaminación atmosférica y el calentamiento global. En Pekín, miles de personas mueren cada año asfixiadas por el humo tóxico que emanan los coches y demás vehículos porque la atmósfera china está ya tan saturada de mierda que los gases nocivos no pueden difundir libremente, viéndose obligados a dispersarse a ras de suelo. En Brasil prefieren cargarse la selva que alimentaría de por vida a millones de brasileños en pro de ofrecer costosos espectáculos de samba y fútbol durante 30 días, a millones de extranjeros. Rusia, Estados Unidos o Noruega no se cansan de expoliar el Ártico; a países árabes como E.A.U. o Arabia Saudí sólo les importa colgarse medallas con enormes y espectaculares rascacielos e islas artificiales; Australia sigue dándole la espalda a la Gran Barrera de Coral autorizando más y más dragados y vertidos sobre este área marina protegida; Dinamarca tiñe cada año sus costas de rojo por la masiva caza de delfines y ballenas, y encima sonríen con gusto orgásmico cuando hablan de esta “tradición única en el mundo”; y España… ahí estamos también, talando y talando, y asesinando nutrias, linces y lobos, entre otros, a la vez que nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos damos cuenta de que muertos ya no nos ayudan tanto como lo hacían vivos. Este es, así en resumen, el mundo en el que vivimos. Leído (entre líneas) de libros de texto de Ciencias Sociales y Naturales, de 2º y 3º de E.S.O.
Y desde la E.S.O. nos educan así, que es lo peor. No me gusta el PPSOE, pero voto por él. Me dan pena los niños de África, pero me sigo comprando bolsos. Es una tragedia lo que le estamos haciendo al planeta, pero me da pereza reciclar… Pues nada, cada uno a su puta bola, claro que sí. Total, qué más da. Lo que uno se guisa, al final uno se lo come. Y si guisamos con uranio, ya sabemos el final del cuento. Pero nada, nosotros a nuestro rollo, así, tranquilos y relajados, esperando a que ocurra. Total, ¿para qué tanta predicción futura? ¿Para amargarse? Es mejor cerrar los ojos y seguir con este holocausto biológico (y luego critican a Hitler por hacerlo con seres humanos), inmerso en un mundo de gritos y torturas pero haciéndoles, como no, oídos sordos. Algo así como una borrachera de vida; que la cordura y el raciocinio se escapen con cada sorbo de hipocresía y egoísmo. Ya se encargará mi hijo de donar mis bienes cuando se dé cuenta de que con ello no se vive en su generación. ¿A mí qué más me da? Yo soy feliz ahora, me importa un carajo que mis descendientes no sepan lo que es jugar entre árboles; que se las apañen para ser felices con lo que les toque vivir a ellos. ¿No van a heredar todas mis pertenencias? Que las vendan y se compren con ellas las máscaras anti-tóxicos que ahora vemos que usan sólo esos de Fukushima o Bhopal. Al fin y al cabo, no haciendo nada ahora es lo que estoy consiguiendo: legarle a mis hijos el planeta de mierda que yo nunca quise. Pero bueno, ¿y qué? A mí quítame el planeta, los bichos y todo lo que quieras; pero el fútbol o los yates ¡ni me los toques!
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