La Novena Sinfonía de Beethoven. El Yesterday de los Beatles. El Summertime de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Puede que estas canciones no le digan nada porque lo suyo es el flamenco, la copla o el heavy. Incluso, puede que forme parte de personas que no pueden vivir sin música
Permeable, hedonista y emocionalObjetivo CLM - Angelica Sánchez La Novena Sinfonía de Beethoven. El Yesterday de los Beatles. El Summertime de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Puede que estas canciones no le digan nada porque lo suyo es el flamenco, la copla o el heavy. Incluso, puede que forme parte de personas que no pueden vivir sin música. De ser así, le sorprenderá saber que existe gente que no siente el mínimo placer al escuchar una melodía, que jamás se ha estremecido con la voz de María Callas o que sus recuerdos carecen de banda sonora. La música es el único estímulo cuya finalidad es el placer. Placer por placer, sin más. Cierto es que muchos mecanismos biológicos del ser humano tienen sentido para su supervivencia y, algunos estímulos se vinculan a actos para mantener el cuerpo con vida y para transcender al propio ser. De este modo, comer produce placer, placer que crea la necesidad al ser humano de abastecerse de alimentos; al igual que el goce sexual está vinculado con la reproducción. Sin embargo, existen placeres no ligados con el instinto de supervivencia. Como la música. Permeable, hedonista y emocional. Así soy. No concibo la vida sin música. Es mucho más que “ruido” o un conjunto de notas musicales escritas en un pentagrama que, por arte de magia, suenan y tocan “x” tecla en nuestra fibra sensible haciéndonos llorar a moco tendido, poniéndonos melosos o incitándonos a sacar lo que no nos atrevemos en silencio saltando, brincando o cantando a grito pelado. Es algo mucho más espiritual, más filosófico… Incluso científico y matemático. Ya Pitágoras, para quien todo es número, explicó el universo en términos matemáticos y, lo increíble es que lo hizo en términos musicales. La música para la escuela pitagórica fue fundamental porque enlazó la matemática con el arte y la astronomía, además de dotarla de valor ético y medicinal, de la cual dijo que “sanaba los rasgos de carácter y las pasiones de los hombres, atraía la armonía entre las facultades del alma” o, lo que es parecido traducido al refranero: “la música amansa a las fieras”. La música amansa… Y hace feliz. Que se lo digan al Dr. Jacob Jolij y al listado de canciones de los últimos 50 años que proporcionan una gran sensación de bienestar. O a Miquel Iceta y su baile. Nada tiene de casualidad que el número 1 de esta lista sea la misma que le hizo mover los dedillos de los pies al político: el Don’t stop me now de Queen. Buena. Buenísima. Muy, muy, muy buena. Es imposible quedarse impasible con el ritmo alocado del piano y la voz de Freddy Mercury, los latidos de la batería de Roger Taylor o el pedazo solo de guitarra que se marca Bryan May en el minuto 2:15. Las habrá mejores y las habrá peores, pero no cabe la menor duda que, para “echar un baile” y sentirse más feliz que una perdiz, es perfecta. Como perfecta es cualquier otra canción que a cada uno nos haga sentir bien; que para los gustos, los colores y cada uno, tiene sus “cadaunás”… Como “cadauná” de alguien permeable, hedonista y emocional, esta reflexión se resume en que sí, que nos quiten lo “bailao” bailemos lo que bailemos, siempre que nos sintamos felices con nosotros mismos, estando en armonía con los demás y no haga mal a nadie. (…)Y que no nos paren mientras duren esos tres o cuatro minutos de felicidad musical. Don’t-stop-me-now!
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