¿Cómo me las maravillaría yo para escribir un artículo dentro de una sección sobre noticias de pequeñas-cosas-sencillas-y-desapercibidas importantes después de esta semana, intentando no contagiarme del virus “escribir sobre el Ébola”? Porque para ser cronista de lo desapercibido hay saber hilar fino y tener muy buen ojo para elegir el hilo que se ha de enhebrar por el ojo de la aguja… Para que quede bordado ó pinchar al dedo sin dedal de quien corresponda, llegado el caso.
Sinceramente: de existir profilácticos mentales, me habría comprado uno de bolsa papel kraft extra fuerte para llevarlo puesto toda la semana en la cabeza (sí, sería “carapapel”). Por higiene y salud mental. Porque pasar del pánico a la indignación, de la tristeza a la hipocondría, de la verdad a la mentira cada dos “tweet”, desgasta neuronas. Que una es multisensitivamental, oiga.
Vivimos en la era de la información y es todo ventajas, de eso no cabe la menor duda, aunque también tiene sus inconvenientes… Cuando te bombardean constantemente sobre un tema tan delicado como una enfermedad contagiosa y todo lo que conlleva, solo preciso, necesito, quiero la información objetiva, porque personalmente, llega un momento en que se pone la cabeza como un bombo con tanto “Ébola”. Ha llegado a nosotros. Ya no hay solución para evitar que nos llegue. Se ha actuado como se ha actuado. Si se hubiese actuado de otra forma desde el principio, no estaría ocurriendo esto. ¿Que siguen actuando mal? Posiblemente, pero hablar a toro pasado o desde la barrera es muy fácil, porque no sabemos qué decisión se hubiese tomado si gobernase Perico el de los Palotes, Rita la Cantaora o cada uno de nosotros. Despotricaríamos igual. O no. Iría todo perfecto, genial y maravilloso. O no. Quién sabe. Yo desde luego no hubiese traído al primer enfermo a España, pero es eso, mi opinión y por mucho que opine, grite y despotrique no voy a solucionar nada. Si fuese Presidenta, aunque suene muy frío, en esta situación lo primordial es preservar la seguridad nacional y enviar los medios necesarios para salvar esa vida que estaba en peligro, pero no “traer el problema a casa”. Por muy frío y calculador que suene. Lo siento, pero es así. Quizás sea el gen lupino materno que habita en mis cromosomas, el defender lo mío como una loba ante todo y sobre todo, aunque suene muy egoísta… O si decido traer el problema y desgraciadamente el enfermo fallece, como medida preventiva tomo la decisión de poner en cuarentena a todo personal médico que haya tenido contacto con el enfermo, con los protocolos de observación y prevención correspondientes.
Pero a día de hoy, ni Perico de los Palotes, ni Rita la Cantaora ni ninguno de nosotros somos presidentes y por más que arreglemos el Mundo, no hay solución… Porque lo que temíamos está aquí. Acá, allá y acullá… Porque también ha llegado a EE.UU. Al parecer, debido al mismo motivo: fallo en el protocolo. ¿Temerán tanto como nosotros? ¿Qué medidas tomará su Presidente? ¿A quién responsabilizarán? No lo sé… Son hechos que irán sucediendo en el transcurso de estos días. Solo sé que lo que temíamos, está aquí.
Sí, está aquí. Pero, ¿qué tememos más: la enfermedad ó el constante lanzamiento de culpabilidades entre unos y otros? En el juego de responsabilidades en una situación tan delicada y peliaguda todos se lavan las manos y culpan al último eslabón de la cadena que, para más inri, es precisamente quien se enfrentaba cuerpo a cuerpo con el “enemigo” y ha resultado el más perjudicado… Pues bien, señoras y señores: una mujer está ingresada debatiéndose entre la vida y la muerte. Dejémonos de “dimes y diretes”, de buscar culpables, de verdades, de mentiras, y céntrense en lo real, en salvar una vida humana, porque como sigan así, pasará como la fábula “Los dos conejos” de Tomás Iriarte: que de tanto preguntar si son galgos ó podencos, la mala “bicha” del Ébola se llevará a quien realmente la está sufriendo. Y hablando de perros, no puedo ser objetiva con el final de Excalibur, porque mi gen lupino materno y el hecho de tener perro me divide entre lo sentimental y lo razonable… Sin embargo, mi sentido común se pregunta: ¿por qué nos impacta más el sacrificio de un perro que la agonía de un niño de Sierra Leona? ¿Dónde queda el valor de la frase «La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.» de John Donne? ¿Dónde? Misterio sin resolver. Como lo son las declaraciones del Consejero de Sanidad de Madrid. Sin comentarios. Todo esto es para ponerse un profiláctico mental XL y comprobar que toda esta semana ha sido un mal sueño.
Pues nada, profilácticos mentales no, pero uno anti-Ébola tamaño “cuerpo serrano” sí que encargaré en mi farmacia de confianza… Porque ya lo dice la Mala Rodríguez: «…No voy a salvar el Mundo, salvaré mi culo… Y lo que me dé la gana…». Y hasta que llegue ese momento, toca sobrevivir con el condón mental (aunque a veces no sea efectivo al 99%) y a seguir viviendo, que no es poco…
A seguir viviendo y escribiendo. Porque… ¿cómo me las maravillaría yo para escribir sobre aquellas pequeñas-cosas-sencillas-y-desapercibidas importantes de esta semana? Esta semana podría pasar a la HISTORIA DE LAS PEQUEÑAS COSAS por el 30º aniversario de la Bola de Cristal. Por el suelo de cristal de la Torre Eiffel. Por el Premio Nobel de Física a los inventores de las luces LED. Por la exposición en el Thyssen de Alma Tadema. Por la vuelta de las escuelas de música a Afganistán…
Esta semana puede pasar a la Historia por muchas cosas, pero yo, me quedo con la pequeña-cosa-sencilla-y-desapercibida más grande de la semana:
«10:15 A.M. Birmingham, Inglaterra. Instituto Edgbaston. “Sí, ahora mismo le doy la noticia. Gracias”. Ruth cuelga el teléfono de su despacho. Acaban de darle una noticia acerca de una alumna de su centro. A diferencia de otras veces y de otros alumnos, ésta es una buena noticia. La directora del instituto, Ruth Weekes, cierra la puerta de su despacho mientras cuenta del uno al diez intentando calmar su respiración, su emoción y su alegría. Nunca había recibido una llamada desde Noruega, ni tampoco que fuese tan importante. En los treinta y siete pasos que le separan desde su despacho a la clase va ensayando cómo le dará la noticia… También, que hay que cambiar el tablón de anuncios del pasillo… Y que probablemente interrumpa un examen de formulación en la clase a la que se dirige… Tres, dos, uno… Toc, toc, toc… “Malala Yousafzai, ¿puedes salir un momento…?”»
Este hipotético momento histórico debe diferenciarse muy poco a cómo sucedió en realidad, al momento en el que Malala se enteró de que el Premio Nobel de la Paz de este año es suyo. ¿Puede haber algo más bonito y emocionante, que una niña de diecisiete años se entere de que es Premio Nobel? No solo del hecho del premio, sino de estar en clase sentada en su pupitre, cuando hace dos años, en Pakistán, le pegaron tres tiros justamente por eso, por querer ir a clase a aprender… A mí me saltan las lágrimas. Nada más hermoso que la fortaleza de esta niña, por salir viva del hospital y por continuar su lucha por el derecho a la educación. Recordando los versos de Gabriel Celaya, pienso en los buenos “marinos” que midieron, pesaron y equilibraron esta “barca”:
«(…)Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
(…)
en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.»
Enhorabuena Malala. A ti y a todos los maestros y profesores que pasaron, pasan y pasarán a lo largo de tu vida.
Pd. Cosas como ésta son las que buscaba que me maravillaran cuando comencé a escribir este artículo. Pequeñas-cosas-sencillas-y-desapercibidas. ¿Cómo me las he maravillado? Como todo en la vida: un poquito de paciencia, esperanza, tesón y, muy buen ojo para elegir el hilo con que enhebrar… O tener cierta habilidad origámica para saber convertir una bolsa “kraft” en barquito de papel…
Lo demás, lo regala la vida. Casi siempre, por sorpresa.
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