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    Angélica Sánchez
    Cronista de lo desapercibido

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La niña del abrigo rojo vaga perdida entre la multitud, en medio de una naturaleza muerta en blanco y negro, camino al campo de concentración. En un par de secuencias posteriores aparece el abrigo entre montañas de cadáveres

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Objetivo CLM - Angelica Sánchez
Lunes, 07/09/2015 | Nacional | Portada, Opinión

La niña del abrigo rojo vaga perdida entre la multitud, en medio de una naturaleza muerta en blanco y negro, camino al campo de concentración. En un par de secuencias posteriores aparece el abrigo entre montañas de cadáveres. Rojo. Vacío. Inerte. El impacto de esta secuencia de “La Lista de Schindler” es instantáneo debido a que, como espectadores, generamos un vínculo afectivo con la niña, la única nota de color en la película monocroma; dándonos un pellizco entre el estómago y el corazón, justo ahí donde la angustia aprieta y saltan las lágrimas.

Esto, es ficción. Y hace sentir.

El niño de la camiseta roja vaga perdido en un bote de madera, junto a su familia, escapando para encontrar una vida mejor. Tras cuatro minutos, el capitán se da cuenta que las olas son demasiado altas, gira el bote golpeando de lleno contra el mar; el hombre entra en pánico y se tira al agua, huyendo. El padre del niño de la camiseta roja rápidamente toma el mando dirigiendo la embarcación, pero las olas eran muy altas y el bote, se hunde. Entonces, coge a su mujer y a sus hijos, dándose cuenta que todos están muertos. Horas después, a orillas de la playa aparece la camiseta varada en la arena. Roja. Vacía. Inerte.

Esto, es realidad. Y, ¿hace sentir?

Me avergüenza reaccionar con una fotografía que me han obligado a ver por activa y por pasiva en todos los medios. Pero más me avergüenza vivir en un mundo en el que siguen existiendo guerras, invisibles a la mayoría de nuestros ojos porque, si no es por la fotografía de un niño de 3 años a orillas del mar: ¿Quién se acuerda de estos cuatro años de guerra que viven en Siria? ¿Y de los otros niños olvidados que también han muerto ahogados intentando llegar a una orilla esperanzadora? ¿Y de los otros países en guerra y de otros refugiados que buscan una vida mejor? ¿Cuántas fotografías más hacen falta para poner rojas las orejas a quien proceda y reaccione de una vez?

Estas cosas me hacen sentir pequeña como la ardilla del poema de Gabriel Celaya: indefensa, con las manos vacías y pudiendo hacer poco. Con  un nudo en el corazón. Este niño buscaba ser un niño en un lugar donde poder reír, saltar, jugar… Hacer todo lo que un niño de 3 años DEBE hacer... En lugar de recorrer miles de kilómetros en brazos de sus padres huyendo de una guerra. 

Se puede hacer poco, cierto. Pero un poco de cada uno, es mucho. Colaborando con Cruz Roja, UNICEF, Médicos Sin Fronteras o cualquier otra ONG que sea de confianza y real. Un euro y pico de uno no es nada: dos barras de pan, un café, dos monedas que caen al suelo del bolsillo de los vaqueros y reposan en paz en la repisa de la cocina; pero un euro y pico de miles de personas, es mucho: ayuda humanitaria básica, la posibilidad de establecer unidades móviles que se desplazan a las fronteras como campos de refugiados en Grecia, Macedonia, Serbia y Hungría.

Hagamos algo útil y pongamos nuestro granito de arena. Yo lo he hecho con Cruz Roja, enviando un sms con la palabra AYUDA al 28092. 

Hagamos algo para sentir un poco menos de vergüenza, para echar una mano (aunque sea en la distancia), para que siga habiendo niños y niñas que hagan cosas de niños y vistan camisetas rojas, azules, verdes o amarillas… Llenas de vida.

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