El mundo del fútbol sigue maravillado ante la irrupción de una zurda que lleva ADN solanero. Alberto Ruiz-Santa Quiteria Intillaque (La Solana, 2011) crece a marchas forzadas como canterano del Real Madrid y acaba de firmar su última hazaña en el XXVVII Torneo Internacional LaLiga FC Futures, probablemente el torneo más prestigioso de fútbol base, recién celebrado en Maspalomas (Gran Canaria). Alberto se trajo a casa otro trofeo de MVP (jugador más valioso) y de ‘pichichi’ (máximo goleador) con 9 goles en toda la fase. Solo el portero del At. Madrid fue capaz de frenar el ciclón blanco y evitó que el solanero también lograra el título a nivel colectivo.
Pero nada pudo eclipsar la actuación de Alberto. El capitán del infantil merengue lideró a los suyos con una exhibición de manejo de balón, llegada y definición. También de asociación con sus compañeros. Sevilla, Las Palmas, Olimpique de Marsella, Juventus y Rayo Vallecano fueron cayendo como fruta madura, hasta que el Atleti se cruzó en la final con un porterazo llamado Joan Gómez y un gol rojiblanco en el último suspiro. La decepción era lógica, aunque no fue más allá. A esas edades cuenta crecer como deportista y como persona, sin más.
El desempeño de Alberto Ruiz ha provocado una cascada de comentarios, crónicas y halagos. Todos los medios hablan de esa zurda endiablada, y entre ellos destaca el elogio del mediático periodista deportivo José Ramón de la Morena, cuya fundación impulsa esta cita: “Posiblemente es el mejor jugador de esta edad en Europa”. Palabras mayores, sin duda.
El futuro de Alberto nadie lo sabe, aunque comienza a intuirse. El ‘pequeño’ de los Sancho puede ser el ‘grande’ de una saga interminable que ha jalonado el fútbol solanero de las últimas décadas. Ha heredado el talento de José, de Antonio, de Agustín, de Santos, de Manolo, de Carmelo… Pero fundamentalmente es Alberto, un niño que sueña con la inocencia de sus 12 años. Su padre, Manolo, es el guía perfecto porque ha sido cocinero antes que fraile. Conociéndolo, nadie lo protegerá más de los vapores de un éxito que está bien, desde luego, pero que no esconde que después del fin de semana siempre vuelve el odioso lunes. Y es ahí, en el silencio de cada entrenamiento, donde se forja el destino. De momento, Alberto sueña como un Quijote, pero juega como un Sancho.
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