El año pasado se cumplió el 8º centenario de la muerte de la reina Leonor de Plantagenet y los conquenses lo conmemoraron con múltiples actos culturales. Fue un merecido recordatorio para una de las personas que más influyeron en Cuenca y su desarrollo
801 años de la muerte de Leonor de PlantagenetObjetivo CLM Este 31 de octubre se cumple un año más, 801, desde que falleciera unareina que ejerció su cargo gobernando Castilla-junto a su esposo Alfonso VIII- a lo largo de 44 años; el de una esposa modélica que le ofreció al rey 10 hijos y el de una abnegada madre que cuidó y promocionóa sus descendientes. Recién muerto su marido (6 de octubre) las fiebres de cuartanas y el dolor por su pérdida la obligaron a guardar cama. Durante esos 25 días acostada en su lecho de muerte recordaría con nostalgia aquellos años de infancia en el castillo de Domfront junto a su madre, Leonor de Aquitania, rodeada de la flor y nata de la cultura europea, de los artistas y trovadores palaciegos. Recordaría como siendo todavía una niña de 10 años pisó Castilla por primera vez. Como con un abnegado sentido de estado dejó atrás los verdes paisajes normandos para contraer matrimonio con el desconocido rey castellano. Recordaba que le habían notificado que era un jovenzuelo bien formado, considerado y de cara amable. Sabía que perdió a sus padres siendo muy niño, que creció sin el cariño paterno y estaba dispuesta a compensarle esa falta de afecto con toda su ternura. Recordaba como ambos se enamoraron manteniendo un largo, fecundo y feliz matrimonio que invenciones posteriores quisieron manchar creando la falsa leyenda de unos amoríos extramaritales con una judía de Toledo. Recordaría como acompañó a su esposo en infinitos viajes por Castilla, los múltiples diplomas cofirmados con Alfonso, las largas charlas sobre asuntos de gobierno, se alegraría de haber constituido un sólido pilar para su marido. Recordaría como decidió levantar la catedral, sobre los cimientos de la mezquita de la recién conquistada Cuenca, con sus arquitectos normandos que trajeron el nuevo estilo protogótico del Císter francés.También se acordaría de la construcción en los arrabales del hospital encomendado a la Orden de Santiago para la redención de cautivos y atención a los enfermos. Recordaría con placer los años que vivió en Cuencacuando fue capital regia de Castilla, tanto que aquí concibió a su hijo Fernando, infante destinado a heredar el reino. Pero también recordaría con gran pesar como su retoño murió en su regazo cuando regresaba de una campaña contra los andalusíes de Montánchez y Trujillo y se sintió repentinamente enfermo preso de las fiebres. Le daría tiempo a pensar como promovióla creación de la primera universidad europea, la StudiumGenerale de Palencia. Recordaría la piadosa construcción en la catedral de Toledo de la capilla dedicada a Santo Tomás de Canterbury con el ánimo de apaciguar el alma de su padre Enrique. También recordaría con gozo uno de sus mayores logros almandarconstruir en Burgos el vanguardista Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgaspara monjas cistercienses, casa madre de todas las abadías femeninas, con el propósito de que las mujeres pudieran alcanzar los mismos niveles de mando y responsabilidad que los hombres pues la abadesa sólo dependía del papa estando por encima de la curia episcopal, daba licencias para que los sacerdotes confesaran, predicaran o dijeran misa; era dueña de un señorío con exenciones fiscales, tenía fuero propio con mando civil y criminal y nombraba alcaldes. Durante esos 25 días de cama no dejaría ni uno solo de pensar en la muerte de su marido, como le sobrevino de repente cuando viajaban portierras de Arévalo, como expiró en sus brazos, como perdió al amor de su vida. A Leonor se le agotaron las ganas de vivir. Ambos yacen elocuentemente como fueron sus vidas compartiendo gobierno y amor:en dos sarcófagos pegados, unidos, situadosen el centro de la nave mayor de la iglesia de su Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas. Agrimiro Saiz |
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