«El comportamiento pro social es un componente esencial de la salud y de la felicidad humanas. Por el contrario, el comportamiento egoísta y no cooperativo es señal de disfunción mental, y está fuertemente asociado a la insatisfacción vital y a la enfermedad» (C. Robert Cloninger, en el prólogo de ‘Origins of Altruism and Cooperation’ (2011)).
‘Los Orígenes del Altruismo y la Cooperación’, una reciente publicación americana que demuestra científicamente que el ser humano es altruista y cooperativo por naturaleza. Así, la hostilidad y el egoísmo no formarían parte de nuestra esencia natural, salvo en situaciones anómalas de inestabilidad física, psíquica o social. «A través de la selección natural, primates y humanos han desarrollado áreas del cerebro que generan sensaciones de placer y de satisfacción a partir de la cooperación o de la amistad, aunque éstas impliquen sacrificios personales».
Sussman y Cloninger acaban de mencionar las palabras mágicas: ‘selección natural’. Yo que estaba tranquilamente leyendo el artículo sin inmutarme (entre otras cosas, por mis carencias cognitivas en Psicología Humana)… y acaban de provocar que salte. Bien, ellos me obligan, y yo como buen biólogo respondo: no me lo creo. Ni me creo que el ser humano sea altruista por naturaleza, ni me creo que el egoísmo no forme parte de nuestra génesis. Y esto, como no puede ser de otra manera, es una opinión personal. Fundamentada en un amplio campo de conocimientos científicos y experiencias vividas, pero al fin y al cabo, una opinión personal. Así pues, y como tal, estoy abierto a escuchar cualquier réplica en contra.
El egoísmo, entendido como tal, es para mí la clave de nuestra evolución natural. Todos somos egoístas ‘por naturaleza’. Todos. Y lo vemos día a día, en casa, en la calle, en la escuela, en la oficina, en una compra-venta de acciones empresariales o en una misión benéfica a Malawi. En todos los sitios, a todas horas y en cada uno de nosotros reside y se expresa un comportamiento egoísta intrínseco al ser humano, del que es imposible desprenderse debido a su innata fusión con nuestro ser. El problema está en entender realmente qué significa la palabra ‘egoísmo’, biológicamente hablando.
El hecho de no compartir un trozo de pastel con tu primo o hermano, o de callarte una información que pudiese ser valiosa para el éxito académico de tu compañero no es el egoísmo del que yo hablo. No me refiero al egoísmo social, fruto de la educación o la experiencia. Yo me refiero al egoísmo natural, el que hizo que el Homo sapiens llegase hasta donde está actualmente, el que evita que el progreso y el avance evolutivo se estanque por el adquirido comportamiento social humano. Ese es el egoísmo que nos corresponde por naturaleza, y que a todas horas, de una manera u otra, y dependiendo de nuestro modo de vida, sacamos a la luz.
¿Acaso el ser humano empezó a ser ‘humano’ cooperando de forma altruista con sus congéneres? No. Hace mucho tiempo, la supervivencia sólo se lograba compitiendo, luchando, asegurándose unos recursos. Egoísmo natural. La cooperatividad y la sociabilidad llegaron después, una vez que la necesidad de obtener bienes y recursos se fue relajando. Hoy en día, en pleno siglo XXI, sucede lo mismo: cooperamos y nos ayudamos los unos a los otros para ser más eficientes a una escala global, pero si nos fijamos con atención, a una escala más pequeña todos barremos hacia nuestro círculo vital, todos perseguimos una satisfacción personal que anteponemos a la de los demás. Nadie es altruista si está en juego su supervivencia. Y hoy en día, podemos llamar supervivencia a tener el último modelo iPhone o a poder entrar una noche a ‘ese restaurante tan caro y bonito que vi el otro día’. La supervivencia, a día de hoy, la mueve el dinero, pero en realidad, es lo mismo: el dinero no es más que cobre y papel, lo que verdaderamente representa es la satisfacción personal en un entorno de ciertos recursos disponibles. Hoy es el iPhone 5, hace 9.000 años era un litopterno (mamífero herbívoro ya extinto que nos servía de alimento). Qué más da lo que nos satisfaga, el caso es conseguirlo. Al fin y al cabo, no lo olvidemos: nosotros también somos animales. Animales racionales, pero en primer lugar, animales. Y como tales, nos rigen las leyes naturales que gobiernan toda la vida en la Tierra. Si hacemos caso a la selección natural (teoría por todos conocida y (¿ciegamente?) aceptada), ‘sobrevive el más apto’, es decir, en un mundo de competidores, el más egoísta.
Seguramente necesite muchos años más de lectura científica para asentar bien esta idea, o rectificar y rechazarla. Pero ahora mismo, los estímulos que capto de mi ambiente circundante le dicen a mi cerebro que esto funciona así. Ya lo decía el gran Einstein: «Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio».
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